“Es preciso llevar un caos dentro de sí mismo para poder dar a luz una estrella danzante” – Friedrich Nietzsche (Así habló Zaratustra, Prólogo 5)
En una escena de Spring Breakers, Alien (James Franco) interpreta la canción “Everytime” de Britney Spears en un marco de postal mientras las protagonistas femeninas bailan a su alrededor armadas con escopetas y uniformadas con un biquini rosa con un antifaz a conjunto. Este es uno de los momentos culminantes del film (no a nivel argumental, pero sí a nivel conceptual) porque la imagen de estas “estrellas danzantes” representa el súmmum del espectáculo grotesco (en el mejor de los sentidos de la palabra) debido al choque descomunal de significados antónimos e imágenes antagónicas que confluyen en este instante, dentro de una película cuya norma única es el caos.
El nuevo trabajo de Harmony Korine es un relato nihilista sobre el universo juvenil contemporáneo que parte de la narración clásica del viaje iniciático a un lugar fantástico en busca de la madurez personal. En este sentido, Spring Breakers solo se diferencia de películas como El Mago de Oz (Victor Fleming, 1939) o Blue Velvet (David Lynch, 1986) en la arquitectura del universo por el que transitan sus personajes, ya que lo que representan el mundo de Oz o la nocturnidad del film de Lynch aquí se presenta con una iconoclasia derivada de la subcultura MTV en el marco, de por sí icónico, de las vacaciones primaverales universitarias en EEUU. Para que veáis que la comparación no es gratuita, incluso aparece la imagen simbólica del espiral que marca la partida, la entrada al “otro mundo” que en Oz aparece como un tornado, en Blue Velvet como la entrada de la cámara en la oreja del jardín y, en Spring Breakers, como un travelling desde el coche alrededor de la cafetería mientras se produce el atraco que marca el primer punto de inflexión de la película.
De este modo, a partir de la dislocación narrativa y de la temática universal del periplo hacia la madurez, Spring Breakers se desarrolla insurgente y estimulante manteniendo un doble rasero conceptual explosivo entre forma y fondo, entre lo correcto y lo incorrecto, entre alta y baja cultura o entre lo bello y lo grotesco, entre otras muchas ambivalencias. La película va y vuelve sobre sí misma, juega con la anticipación de sucesos y los versos se repiten una y otra vez con un significado nuevo en cada ocasión.
En este movimiento pendulante, Korine muestra la decadencia de una subcultura de por sí decadente (es revelador que convierta estrellas juveniles de la factoría Disney en yonkis viciosas) con un tratamiento poético de alta cultura. Es capaz de retratar un single de Britney Spears como un concierto de Beethoven con la misma naturalidad que cita a Mozart durante un coito; puede presentar el catolicismo como una práctica irreverente mientras define el spring break como un evento de búsqueda espiritual e incluso reivindica Scarface como el paradigma del sueño americano a través del éxito de un gángster de poca monta.
En definitiva, y volviendo a la cita que Nietzsche que encabeza el artículo, lo que hace Harmoy Korine en Spring Breakers es imaginar una nueva cosmogonía sobre lo que es madurar en este mundo tentador y sobreestimulante. Del caos inferido por sus constantes filigranas narrativas, van naciendo las estrellas danzantes (sus cuatro protagonistas femeninas) a medida que van tomando consciencia de su individualidad y se sienten capaces de crear un sistema ordenado propio, lo que equivaldría a adoptar finalmente una consciencia adulta.
Sería muy interesante un programa doble con Project X (Nima Nourizadeh, 2012) porque ambas utilizan la idea del caos para tratar la decadencia de una generación juvenil y, sin embargo, tienen tantas diferencias entre sí que prácticamente dialogan entre ellas (y no sólo porque en una las protagonistas son chicas y en la otra chicos). Mientras en Spring Breakers el caos es el propio contexto, en Project X es el objetivo causal. La primera apuesta por generar una hipnosis retentiva a través de las imágenes, mientras que la otra opta por generar la misma fascinación transitoria que un vídeo de YouTube. Mientras Korine encuentra el triunfo en la retirada, Nourizadeh cree en la radicalidad del apocalipsis como única fórmula para conseguir un cambio real. En cualquier caso, ambas películas son una reflexión igual de válida entorno al mismo tema y, aunque sus cualidades artísticas no son comparables, las dos plantean un discurso más profundo de lo que aparentan, algo que las hace susceptibles de ser consideradas de películas de culto por su radicalidad y valentía.
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