Hay ciertas películas que, amparadas bajo la ambigua etiqueta de “necesarias”, juegan a la denuncia social sin tener verdadera idea de lo que están denunciando: para un director oportunista o un guionista vago, la dura realidad a la que se enfrentan los inmigrantes sudamericanos, esos ciudadanos de segunda que sostienen nuestros pedestales, es un material de base excelente que puede reportar fácilmente una pátina de progresismo, de filantropía, de denuncia activa… aunque una vez acabada la posproducción los encargados se vuelvan tranquilamente a casa, sin haber cambiado efectivamente nada y con el peso (moral) de la hipocresía sobre sus hombros.
‘Aquí y allá’ es todo lo contrario a esto. Pues cada uno de sus planos (largos, reposados, contemplativos, en fin) respira amor por un proyecto, emprendido por el director primerizo Antonio Méndez Esparza, que no desea caer en el sentimentalismo fácil (y sería terriblemente sencillo, dada la dramática situación que se nos presenta, y la enorme culpa que a raíz de ello podría generarse en el espectador blanco de clase media) sino mostrarnos, simple y llanamente, una realidad a veces gris y pausada, pero también humana, viva, como es la de los trabajadores mexicanos emigrantes.
Centrándose en el contraplano, en lo que normalmente no se nos mostraría (los bastidores de la civilización occidental, la verdadera clase trabajadora), el filme narra, de manera tranquila pero firme, atrayente, la vuelta de Pedro a su pueblo natal tras haber trabajado varios años en Estados Unidos. Entrelazando las situaciones cotidianas, tratadas con un trabajado realismo (los avatares familiares con su esposa y sus efusivas hijas, su intención de iniciar un grupo musical, las jornadas de trabajo…) con un necesario comentario social que sobrevuela toda la película (los acomodados no estamos acostumbrados a preguntarnos qué debe de sentirse cuando uno vuelve a un lugar del que lleva tantos años alejado que varios de sus amigos han muerto, cuando un hospital es tan precario que los pacientes deben ir a la farmacia a comprarse sus propias medicinas… aunque, ahora que lo pienso, cada día estemos más cerca de estas realidades), ‘Aquí y allá’ efectúa un certero retrato, parte ficción y sobre todo parte documental, sobre los altibajos a los que puede llevarnos nuestra existencia.
Pues quedarse meramente en la parte reivindicativa sería, como hemos apuntado al principio, demasiado fácil (ya hay muchos tipos de cine social que han tratado muchos temas variados); Méndez Esparza hace arte, poesía (como una sinfonía, el filme se divide en partes temáticas) de la contemplación de las vidas normales y corrientes de estas humildes personas, entregándonos largos planos de enorme belleza (diálogos cotidianos enmarcados por el infinito cielo azul, veladas musicales cuyos ecos se extienden, más allá del momento presente, por toda la pequeña aldea…) interpretados por un elenco de personajes/personas (pues todos conservan su nombre real en esta simbiosis entre ficción poética y dura realidad) que, más que actuar, viven (preciosa, por lo íntima y bien escrita, la incipiente relación entre una de las hijas de Pedro y un chico del pueblo, cuyo amor florece entre carreteras polvorientas y bailes folklóricos y no, como nos tienen acostumbrados, en cafeterías bien iluminadas o discotecas).
‘Aquí y allá’ es, pues, una película que se complace en introducirnos, de forma lenta y pausada pero constante, en sus costumbristas imágenes, que intenta hacer un tipo de cine social preocupado por la forma, por los enlaces entre las formas, y no sólo por el contenido. Gracias a este profundo cuidado, el resultado final es un pequeño (lamentablemente, dudamos que la distribución de la película sea poco más que humilde) poema en cuatro actos que pone sobre la mesa unos ambientes que no queremos ver pero que, una vez ante nuestros ojos, se nos revelan como infinitamente hermosos.
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