En los últimos treinta segundos de «R3sacón» (importante enviarle un ramo de flores al que dio con semejante título en nuestro país) se establece un sencillo pero efectivo paralelismo con las otras dos entregas de la saga cómica, que activa los resortes de la melancolía (sobre todo entre los fans) al mostrar la evolución sufrida por los tres protagonistas, que dejada atrás su alergia al compromiso parece que por fin han encontrado la paz.
El problema del filme es que todo lo que no son estos treinta segundos va en una dirección totalmente contraria: la de meterlos en una situación ya demasiado histriónica y que poco tiene que ver con esta vertiente nostálgica que, al final, parece ser lo único que de verdad funciona. «R3sacón» ni conecta, ni quiere conectar, con su base de fans o con aquellas otras dos películas que son las que van a hacer que la gente vaya al cine.
El éxito de la primera entrega de la saga se basaba no tanto en la inteligencia de su guión sino en lo hábilmente que combinaba personajes típicos de la comedia como son los tontos perplejos (como reconocen los mismos actores, hacía años que no veían una película en la que los protagonistas fueran tan simples) con una serie de situaciones bizarras en escalada que poseían un carisma (basado, sobre todo, en lo políticamente incorrecto) suficiente como para hacerla destacar entre otros productos similares.
«Resacón en las Vegas» está construido, pues, mediante incidentes particulares que van llevando o desviando a los protagonistas de ese mcguffin tan peculiar que es su amigo desaparecido.
Tanto en esta como en la segunda parte (en Hollywood, viendo que el modelo funcionaba, lo calcaron exactamente igual pero cambiando la localización y perdiendo de paso mucha de la gracia) había ya un juego con el mundo del crimen, en el cual los protagonistas asomaban la cabeza inocentemente (pensemos en la versión estadounidense de Airbag); pero estos problemas con la mafia, la policía y las bandas callejeras eran sólo incidentes obvios en la carrera hacia el objetivo final, que estaba más relacionado con el mantenimiento de una amistad.
En esta tercera entrega, el incidente toma el protagonismo y los personajes están ya tan golpeados por las circunstancias que ni siquiera son capaces de desplegar todo ese carisma que han venido demostrando en las dos entregas anteriores.
Metidos ya de lleno en una especie de trama de acción y thriller, abandonan los terrenos de la anécdota graciosa (me he hecho un tatuaje, hay un tigre en el baño…) para convertirse en una especie de superhombres que hacen rappel en el hotel Caesar de Las Vegas (aunque esto no les salga del todo bien). Pierden, así, esa “tontería” que tan célebres los ha hecho, siendo más eficaces que nunca ante unas circunstancias que ya empiezan a aburrir.
Porque ya no existe ningún resacón: dándole un protagonismo exagerado al histriónico personaje, que está probado que funciona como incidente pero no como motor de la trama, de Ken Jeong (por cierto, mucho mejor como señor Chang en la maravillosa comedia televisiva Community), la película lleva al trío protagonista de Tijuana a Las Vegas en una carrera contrarreloj para que la mafia capitaneada por John Goodman (que hace de sí mismo y poco más) no los quite de en medio.
Las explicaciones son escasas y la acción continua lo mueve todo; sí que es cierto que hay un giro o dos de guión que sorprenden un poco, pero una comedia que no hace reír es como para preocuparse.
Galifianakis, Cooper y Helms dotan de cierta dignidad a unos personajes ya cansados pero en todo momento persiste la sensación de que la gallina ya no puede dar más huevos, y finalmente «R3esacón» se erige en un producto mediocre de la simplificadora economía hollywoodiense: si algo funciona, explotémoslo. A más fotocopias, menos calidad tendrá el texto final.
Una Crítica de Cine de Ricardo Jornet.
No hay comentarios
Pingback: Bitacoras.com