La concepción del lifetime trick de «Ahora me Ves» no busca la magnitud trágica inherente al sacrificio que alcanzó Christopher Nolan en su juego de manos cuidadosamente diseñado que era «El Truco Final». La ocultación de ajuste de cuentas bajo una capa de prestidigitador dista mucho de la elegancia de «El Ilusionista», con un buen Neil Burguer estetizando unos trucos de magia puramente cinematográficos al servicio de un thriller de excelente factura. Y desde luego esta apertura con Jesse Eisenberg realizando un juego de manos a cámara está a años luz del gran Orson Welles fundiendo con deslumbrante imaginería realidad con ficción y verdad con engaño en la extraordinaria obra maestra que es «Fraude». Nada de esto.
«Ahora me ves» es, básicamente, el truco más viejo del mundo ejecutado con una contagiosa ilusión infantil por un Louis Leterrier que básicamente se dedica a pasárselo pipa con una grúa. Sin embargo, esta vez, el punto de arrogancia que el director francés imprime siempre en sus películas juega a favor de esta inocente propuesta de entretenimiento más efectista que efectivo.
Puede que el juego de magia más asombroso de «Ahora me Ves» es la forma como desaparece el talento de un reparto protagonista de prestigio, sí, pero es evidente que Freeman, Harrelson, Ruffalo y compañía se divierten tanto en sus minutos de gloria que hacen que sea muy fácil sucumbir a su carisma. Se dejan llevar y esto es justamente es lo que la película exige al espectador. Que mire de cerca, que renuncie a descubrir el truco, que permita que le conduzcan la mirada porque Leterrier lo hace con vigor. El magnetismo que libera su puesta en escena tan desaforada, su ritmo intenso y su justa duración invitan amablemente a ello.
De hecho, la gran analogía que logra la ingenua «Ahora me ves» en su intento de fundir los mecanismos del lenguaje cinematográfico, falaz por excelencia, con los del arte del engaño más antiguo del mundo, es precisamente que la mejor manera de enfrentarse a ella es exactamente el mismo principio que sirve para disfrutar de la magia, por mucho que el mago sea denostable y el truco risible: participar del juego.
Una Crítica de cine de Gerard Fossas.
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