Crítica de «Zipi y Zape y el club de la canica», la nueva película de Oscar Santos presentada con éxito en San Sebastián.
Oscar Santos ha dado una vuelta de tuerca a su carrera y de presentar un thriller hace unos años con “El mal ajeno”, ahora nos sorprende con la versión cinematográfica del cómic de José Escobar Saliente, en esta ocasión “Zipi y Zape y el club de la canica” presentada en el pasado Festival de San Sebastián.
Zipi y Zape son dos traviesos mellizos que sus padres deciden internar en un internado de verano llamado “La esperanza”. Lo más característico de este colegio son sus normas muy peculiares, se prohíbe jugar no hay en todo el recinto a la vista ni un juguete, y los que llevan cuando entran son requisados. Como para los mellizos esto es muy aburrido, comienzan a hacer amigos y un día en un recorrido nocturno encuentran unas canicas, y ello da lugar a que monten un grupo con ese nombre, bautizado para investigar unos hechos que les han sorprendido y quieren saber el porqué, la aventura comienza en el colegio “La esperanza”, algo que su director no esperará bajo su dictadura.
Hay distintas formas de enfrentarse y luego catalogar una película, pero desde luego en el caso que nos ocupa “Zipi y Zape y el club de la canica”, no es otra que limitarse a decir que se trata de una cinta de entretenimiento infantil y que consigue su cometido, sin mayores pretensiones ni más historias.
De toda la vida recuerdo que cuando mencionaba alguien Zipi y Zape, no era por otra cosa que relacionar unos hechos con trastadas o peleas entre hermanos, pero a nadie en ningún momento se le ocurre darles a estos personajes o personas si es comparación con la vida real, el adjetivo de imaginación, sueños e inquietudes, y no hay nada más bonito en un niño que tener esas características para que su mente evolucione y no se estanque en una sociedad a veces monótona y casi programada.
Para mí visionar «Zipi y Zape y el club de la canica», ha sido una vuelta a mi infancia, a esos cómic, tebeos, a la televisión de antaño con historias divertidas y con gracia para esa edad, y verme envuelta en un nube de recuerdos sobre todo de muchos libros de aventuras, la experiencia ha sido muy grata y creo que a los más pequeños les gustará y tanto o más a sus padres, recordar y sentir nostalgia siempre es alegre.
La combinación de los hermanos es perfecta, uno más activo y otro, como decirlo, más reposado, porque ninguno llega a serlo del todo. Lo que a uno le falta lo tiene el otro, la compensación es como algo natural, y así se ve en la película, cuando uno se distancia y comete errores ahí está el otro para rescatarle, es una metáfora de cómo se deberían ayudar los hermanos en la vida real, al igual que en esta ficción cinéfila.
Es un canto y reivindicación a la infancia y lo que ello conlleva, porque como bien se cuenta en la película jugar es tan educacional como una clase de cualquier materia, porque abre la mente a nuevos mundos e interpretaciones de las cosas, dando alas a los más pequeños de la casa a verse inmersos en mundos de fantasía que en un futuro bien les vendrán para llevar una vida normal. No se puede reprimir las inquietudes y necesidades vitales de los niños porque se piense que siempre están jugando, todo al final tiene un fin educativo aunque a primera instancia no lo sepamos ver.
Con respecto a las actuaciones decir que los niños me trasmiten vitalidad y dinamismo porque la chispa se ve en sus ojos, y ante todo me ha gustado que en el reparto adulto hayan elegido a Javier Gutiérrez y le hayan sacado de su encorsetada carrera cinematográfica y televisiva de personaje de comedia, aquí lo borda y me ha sorprendido gratamente.
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