Ya tenemos la crítica de «El Mayordomo», otra de las películas más esperadas del año y una de las candidatas a los grandes premios.
En la archiconocida «Forrest Gump», Robert Zemeckis diseccionaba, desde una perspectiva alternativamente irónica y melodramática, muchas de las pesadillas del siglo XX estadounidense. Las contradicciones políticas, sociales y culturales y el pulso militar al mundo comunista (especificado en el pozo sin fondo de la guerra de Vietnam) del país que Baudrillard definió como “un desierto cultural, una cáscara vacía” adquirían una simplicidad tragicómica al ser explicadas por el idiot savant interpretado por Tom Hanks.
De algún modo, la historia norteamericana reciente se convertía en un gran chiste, en una farsa de la que al final era difícil reírse. «El Mayordomo» sigue muchas de las pautas del filme de Zemeckis (específicamente, situar a un elemento externo y de origen llano, de manera casi absurda, en contacto con personajes y hechos históricos importantes del país del Big Mac); sin embargo, lo que allí era distanciamiento irónico que acababa llevando a una cierta reflexión (aunque fuera de andar por casa), en «El Mayordomo» se reviste de un tono serio que se aleja de todo juego para acabar resultando en un panfleto a favor de los derechos humanos excelentemente trazado pero vacío de un interés artístico particular.
«El Mayordomo» es una película que no carece de logros; lamentablemente, pocos de ellos están relacionados con el arte cinematográfico. Así, la potencialmente jugosa historia real de un mayordomo de color que sirvió a un buen puñado de presidentes estadounidenses en la Casa Blanca es afrontada por Lee Daniels desde una perspectiva impostadamente dramática (sin desmerecer la gran actuación de un progresivamente envejecido Forrest Whitaker, en ese “papel que suena a Oscar”), por momentos similar a la de un telefilme, en la que se mezclan en unas dos horas problemas netamente personales (el manido conflicto con el hijo rebelde, como núcleo de esta vertiente) con pseudo-reflexiones poco disimuladas acerca del problema del racismo en el país de la libertad, dando como resultado un filme entretenido pero vacío de ese pulso auteur que se le presume a un director tan libre como Daniels.
«El Mayordomo» ataca directamente, y esto hay que reconocerlo, a algunas de las contradicciones del sueño norteamericano, y reparte sin mucho disimulo unas cuantas bofetadas a todos aquellos que apoyaron las políticas segregacionistas; sin embargo, su tono clásico y contenido (en la mayoría de las actuaciones, en el estilo del director) y sobre todo la actitud mayormente servilista del mayordomo protagonista (que evita entrar en cualquier tipo de discusión política que podría dar más jugo al asunto, en contraste con el hijo que representa posturas más progresistas) no hacen más que ponerle trabas a la universalidad del mensaje y todo acaba resultando más un drama familiar con un cierto trasfondo panfletario que una verdadera reflexión acerca del problema del racismo en Norteamérica.
Como intentando equilibrar esto, el director acaba usando ciertos recursos quizá excesivos que dejan clara su absoluta repugna, como una cita de Martin Luther King Jr. sobre la imagen de unos negros ajusticiados. La cosa, de un modo u otro, chirría y no se beneficia de ninguna sutileza.
Decíamos al principio que el acting merece una valoración aparte; efectivamente, Oprah Winfrey está sorprendentemente convincente en el papel de la esposa del protagonista, y más de uno querrá acercarse al cine sólo para ver a Robin Williams o a Alan Rickman interpretando, respectivamente, a Eisenhower y a Reagan. Como ya hizo en «Precious», Daniels consigue que su dirección de actores destaque, pero finalmente la película se queda en poco más que una anécdota.
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