Aprovechando el estreno de «Río 2», última propuesta del cine de animación digital comercial, en Cineralia os hablamos de cinco películas de la historia del cine que utilizaron la animación tradicional, en la que el soporte todavía era el papel y no los ceros y unos del mundo digital.
Así, en la primera parte de este especial acerca del cine de animación, nos ocuparemos de cinco filmes creados antes del auge actual de la animación por ordenador; más que presentarlos como piezas superiores por su componente tradicional o por la posible melancolía al recordarlos, queremos mostrarlos como contrapunto a la segunda parte de nuestro especial, que publicaremos en los próximos días, en la que sí que nos centraremos en películas animadas por ordenador. Ambas tendencias, separadas meramente por el componente tecnológico, han ofrecido grandes obras que merecen ser celebradas no sólo como entretenimiento infantil, sino también como espacios libres de imaginación en los que han trabajado algunas de las mentes más brillantes que ha dado la historia del cine.
Ya antes de los años veinte, que es cuando el imperio Disney plantó su primera semilla en Los Ángeles (comenzando poco después su enfrentamiento, ya mítico, con la rama de animación de Warner), la animación tradicional (esto es, el dibujado fotograma a fotograma de un personaje en movimiento, que al ser reproducido velozmente da la sensación de que la figura se mueve realmente) había sido ya explorada por diversos autores en muchas partes del mundo. Con respecto a esta etapa primigenia, muda y en muchos casos en blanco y negro de la animación, es curioso señalar que las propuestas no se dirigieron exclusivamente, ni mucho menos, al mundo infantil: había experimentación abstracta, juegos con figuras (la muerte, los esqueletos, los dinosaurios) que nunca habían podido verse en movimiento, algunas muestras primitivas de animación para adultos que trataban temas picantes…
Sería con el inicio de la hegemonía de Disney, ya hacia los años treinta, que el cine de animación se convertiría en gran parte de lo que entendemos hoy como tal: historias infantiles con una cierta moraleja (aunque en aquella época mucho más oscuras y políticamente incorrectas que ahora), en las que la naturaleza (animales, plantas) interaccionan con los protagonistas moviéndose, hablando, cantando… en una historia habitualmente tradicional, contada de la manera más clara posible, que en última instancia consiga lo que tan difícil parece: atraer a los niños y no aburrir a sus padres. Aunque, obviamente, aparte de esta tendencia comercial existan muchas otras, habitualmente ligadas a industrias de otros países, que continúen explorando la animación como campo de investigación audiovisual, con una mirada más adulta e historias más complejas.
Cinco películas de animación tradicional
Blancanieves y los Siete Enanitos (1937):
Considerada la primera película de animación tradicional de la historia (lo cual no es del todo cierto; cabría decir que es la primera que tuvo éxito de público y llegó al mainstream), «Blancanieves y los Siete Enanitos» es una joya imperecedera que a pesar de haber visto sus valores desgastados por el tiempo (no olvidemos que estamos en los treinta y Walt Disney no es la persona más progresista del gremio) sigue conservando intactos sus valores plásticos, habiendo inspirado cientos de filmes sobre cuentos tradicionales que vinieron posteriormente, y continúa siendo uno de los hitos de la historia de la animación, iniciando en gran parte el legado cinematográfico de Disney.
Con un coste final de casi millón y medio de dólares (una cifra que asusta hoy en día y estratosférica para la época), el filme fue casi un empeño personal de Disney, que tuvo que hipotecar su casa para poder producirlo, y en su producción (guión, diseño de personajes y escenarios, coloreado exhaustivo que pretendía emular la ilustración europea, mucho más detallada y elegante que los cartoons americanos) colaboraron decenas de trabajadores de la por entonces medianamente grande Disney; efectivamente, en contra de lo que mucha gente piensa, el filme no fue ni dirigido, ni escrito, ni siquiera diseñado directamente por Walt, sino que se convirtió (como haría con el resto de sus películas) en un productor omnipotente que controlaría a su hueste de trabajadores.
La película sería un éxito apabullante que daría comienzo a la edad de oro de la animación, capitaneada por Disney y sin apenas ningún tipo de competidor en el mercado estadounidense; estos filmes, junto con el merchandising y una cierta alineación de la compañía con los valores considerados tradicionalmente estadounidenses, asentarían el imperio Disney en no muchos años y le permitirían dominar el mercado de la animación hasta bien entrados los setenta.
El Planeta Salvaje (1973):
Aunque no sea exactamente animación tradicional, sino stop-motion que juega con diversas figuras recortadas, «El Planeta Salvaje» es un hito de este tipo de técnicas en el cine y supone una llamada de atención para todos aquellos que pensaban que los dibujos eran patrimonio único de la compañía Disney. Alegoría política en la vena de autores de ciencia-ficción como Asimov, el filme narra la desigual lucha en un enigmático y surrealista planeta entre los humanos y sus amos, unos extraterrestres azules de cientos de metros de altura.
Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes, de una belleza plástica innegable, que roza en ocasiones lo abstracto y la experimentación, aportada por los diseños del francés Roland Topor, el filme narra una historia de enfrentamientos con una fuerte carga política que sin embargo puede ser apreciada también por los niños, dado su carácter de alegoría y la presentación carismática de sus personajes. Basada en una novela de Stefan Wul, la película compensa su en ocasiones lentitud narrativa con una panoplia de espectaculares diseños que mantienen la mirada del espectador atrapada en todo momento.
El Castillo en el Cielo (1986):
Después de ocuparnos de Disney y de las propuestas europeas, era obvio que acabaríamos hablando de la compañía japonesa que mejor ha sabido exportar sus filmes de animación, acertando con una cierta mezcla de las tradiciones occidental y oriental; hablamos de Studio Ghibli, capitaneada por el ya archiconocido Hayao Miyazaki. Sin embargo, antes de continuar, querríamos romper una lanza en favor de la absoluta riqueza del cine japonés de animación, que aparte de Ghibli se extiende hacia muchos territorios y en muchas ocasiones parece verse reducido a los términos de la compañía de Miyazaki. Filmes como «Akira» o «Ghost in the Shell», en la línea de un anime mucho menos occidentalizado, son también obras capitales que merecen verse, y más de una vez, y que tratan excelentemente algunas de las obsesiones del Japón del siglo XX, sobre todo en lo que a tecnología se refiere.
Volviendo a Studio Ghibli y a su perspectiva, mucho más enfocada a la narración de una historia que pueda interpretarse de manera universal como un cuento (a pesar de que cuente con muchos filmes no dirigidos en absoluto al público infantil), podríamos citar obras claves como «La Princesa Mononoke», «Mi vecino Totoro» o «El Viaje de Chihiro» (primer Óscar concedido a una obra de animación oriental), pero hemos preferido hablar de una película muchas veces olvidada y que se trata de casi el primer esfuerzo de la compañía en diseñar un largo: «El castillo en el cielo».
Después de trabajar durante años en series europeas como «Marco» o «Heidi», el equipo del filme diseñó a sus personajes de manera similar, pero los situó en un contexto de profundidad narrativa y estética mucho más complejo: en el mundo de la película, un joven minero rescata a una princesa caída del cielo y la ayuda a encontrar, enfrentándose a un montón de villanos, el mundo flotante de Laputa, una ciudad mítica en la que se resumen muchas de las obsesiones de Miyazaki, como el enfrentamiento entre naturaleza libre y progreso humano. Un filme inolvidable que funciona tanto como alegoría del mundo como relato de rabiosa imaginación que va mucho más allá en su propuesta que cualquier película del Disney de la época, «El castillo en el cielo» es una película que uno nunca se cansa de recomendar.
La Tostadora Valiente (1987):
Una verdadera rara avis en el Disney de los años ochenta, que había perdido el rumbo y lo recuperaría a partir de «La Sirenita», «La Tostadora Valiente» fue guionizada y diseñada por muchos de los artistas que luego fundarían Pixar, y es por ello que posee una riqueza narrativa superior a la de muchos otros filmes de Disney y sus constantes y estructura de guión prefiguran filmes que luego se convertirían en éxitos, como por ejemplo la trilogía de «Toy Story».
Estas similitudes empiezan a verse ya en el argumento: cuando los electrodomésticos de una casa de campo son abandonados por su joven dueño, deciden emprender una búsqueda para reencontrarse con él, teniendo que viajar hasta la ciudad. Con unos personajes sorprendentemente oscuros, mostrando casi todos ellos actitudes más propias de la edad adulta que de los niños, el filme se caracteriza por hacer malabares alternativamente con lo claro y lo oscuro: escenarios exageradamente idílicos se ven rotos por las oscuras pesadillas de la Tostadora que da título al filme, o por siniestras canciones en las que se tratan, y no de manera ligera, temas como la muerte o el abandono.
Joya olvidada por muchos, y que en su momento estuvo a punto de ganar en Sundance (no lo hizo porque el jurado temía que la gente dejase de tomar en serio el certamen), «La Tostadora Valiente» es una película extrañísima pero también hermosa, cuyo tratamiento más adulto del público infantil sería seguido luego por la laureada Pixar pero que en su momento supuso un gran fracaso de público y apenas logró encontrar distribución, en una de esas ironías de las que la historia del cine está plagada.
Persépolis (2007):
A partir de los noventa comenzaría la edad de plata de Disney, que volvería a controlar el mercado, económica y artísticamente, con una multitud de filmes de gran calidad y calado cultural que no es necesario que analicemos pormenorizadamente, pues son bien conocidos por todos: «La Bella y la Bestia», «La Sirenita», «El Rey León», «Tarzán», «Mulán»… con los comienzos del nuevo milenio, la compañía volvería a perder ligeramente el rumbo y miraría hacia terrenos poco explorados anteriormente pero enormemente ricos, con películas tan dispares como «Lilo y Stitch», «El emperador y sus locuras» o «Atlantis». Luego, centraría su atención en la animación digital, que trataremos en la segunda parte de este especial.
Paralelamente a esta perspectiva industrial, seguirían surgiendo filmes europeos o asiáticos de gran calidad, uno de cuyos máximos exponentes es «Persépolis», prodigio narrativo dirigido por Marjane Satrapi a partir de su propia novela gráfica autobiográfica. Efectivamente, la evolución del cómic y su relación con niños y adultos también es muy interesante, y uno de los exponentes más claros de su mirada adulta es la publicación casi constante en la actualidad de novelas gráficas que tratan hechos históricos o narraciones psicológicamente cargadas que no se dirigen al público infantil.
«Persépolis» cogería muchos de los logros de la novela gráfica en la que se basa y los multiplicaría aportando una animación elegante e impecable, que juega milagrosamente bien con la comedia y el drama narrando muchas de las vicisitudes vividas por los iraníes en la época de la Revolución de 1979. Amarga pero también carismática, jugando con el blanco y negro para generar un continuo visual digno de admirar, el filme ganó el Gran Premio del Jurado en Cannes y fue nominado a un Óscar, pero perdió ante «Ratatouille», de la que nos ocuparemos próximamente.
No hay comentarios
Pingback: Especial Joyas de la Animación por Ordenador (2)
Pingback: Bitacoras.com