domingo , mayo 28 2023

Crítica de X-Men: Días del futuro pasado. El orden restablecido

“Tenemos una segunda oportunidad para redefinir quiénes somos” – Charles Xavier

Muchos estaremos de acuerdo que los X-Men son el principal epicentro del universo de Marvel. No en vano, la editorial recurrió a ellos a finales de 2005 para redefinir su, por aquel entonces, caótico universo y recuperar un cierto status quo en todas las franquicias abiertas gracias a la serie Dinastía de M, de Brian Michael Bendis y Olivier Coipel.

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Pero, ¿por qué los X-Men? Pues porque de los tres grupos de superhéroes (además de Los 4 Fantásticos y de los Vengadores) de la fábrica de las ideas, el de los mutantes liderados por Charles Xavier es el único que tiene una línea temática sólida que a la vez acoge y afecta al resto de personajes marvelianos: el encaje de una raza de superhumanos dentro de un mundo dominado por el Homo sapiens. Si algo define las series de X-Men en cualquiera de sus formas (cómic, cine, televisión) es la perspectiva humanista que las envuelve. Este matiz enriquece los personajes y redimensiona cada historia con un trasfondo filosófico –más o menos desarrollado según la trama– derivado de la teoría de la evolución y con un contexto (sobre todo en las origin stories de cada personaje) espacio-temporal realista que relaciona directamente nuestro mundo con el de los superhéroes.

Al igual que el cómic Dinastía de M, X-Men: Días del futuro pasado tiene la doble misión de recuperar la esencia que se había encontrado en X-Men 2 y restablecer el orden la franquicia, víctima de la falta de un proyecto cohesionado de la Fox (a diferencia de la parte de Marvel que controla Disney), sin dilapidar la franquicia cinematográfica construida a lo largo de catorce años y siete películas, contando esta última. Aglutinar, en definitiva, lo viejo y lo nuevo e insuflarle vida otra vez con una película transversal que recupera lo mejor de la saga: el talento de Bryan Singer para recrear set pieces de cómic en una pantalla –las escenas con Quicksilver dan fe de ello–, la línea editorial iniciada por Matthew Vaughn en Primera Generación, dos repartos sumamente sólidos y Hugh Jackman como esta constante imprescindible para encajar todas las piezas y construir un universo orgánico unificado.

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El complejo trabajo de ensamblaje que hay tras X-Men: Días del futuro pasado, así como su naturaleza correctora más que expansiva, hace que nos encontremos ante otra gran película de X-Men, pero no ante LA GRAN película de X-Men.

Simon Kinberg, guionista del film, entiende la necesidad de reformular las líneas esenciales de cara al acto final, dejando muy claro que el peso de la historia a partir de ahora recae en el grupo del pasado (los McAvoy, Fassbender, Lawrence y compañía, más Jackman) en el que los X-Men que conocemos no existen como tales. De ahí que el guión de Días del futuro pasado se centre en desarrollar la columna vertebral de la patrulla, Charles Xavier, que por primera vez acapara un protagonismo del que no había gozado en ninguna de las entregas anteriores, en las que Lobezno y/o Magneto monopolizaban las miradas. La interpretación de James McAvoy de un Profesor X hundido es soberbia, ya que el arco emocional que traza el personaje es amplio y lleno de matices que el actor sabe incorporar con absoluta naturalidad, distanciándose mucho de la versión estoica de Patrick Stewart sin quebrar los cimientos de un personaje que ya estaba perfectamente definido.

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El reenfoque sobre Xavier es lo que hace que la película tenga este aire nuevo, renovado, pero el hecho de que todo el peso emocional recaiga sobre él diezma otros personajes en la película, sobre todo Magneto y Mística, cuyo rol adopta un cariz más funcional dentro del conjunto a pesar de tener una importancia capital que, sin un némesis a la altura, debería haber lucido mucho más.

En cualquier caso, tal y como versa la cita del propio Charles Xavier que encabeza el artículo, X-Men: Días del futuro pasado es la consecución de la segunda oportunidad para redefinir la saga mutante cinematográfica, una oportunidad en forma de preludio que se traduce en unas expectativas altísimas que deben culminar en X-Men: Apocalipsis.

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