Poco a poco nos van llegando las películas vencedoras del Festival de cine de Málaga, en este caso nos ocupa esta reseña la ópera prima de Beatriz Sanchís.
Todos están muertos es una producción de Avalon.
En el Festival de Málaga consiguió 4 biznagas: Mejor Actriz para Elena Anaya, Premio Especial del Jurado, Premio Especial del Jurado Joven y Mejor Banda Sonora Original.
Lupe (Elena Anaya) vive encerrada en sí misma y en su casa después de un gran golpe emocional que le hace desarrollar una gran agorafobia. Sus días pasan monótonos perdida en su mundo interior y haciendo tartas de manzanas. Su madre, no sabe qué hacer para que su hija salga de ese ensimismamiento y así pueda prestar atención al hijo que tiene siendo este ya un adolescente y con el que no tiene ningún feeling, y a la abuela le toca hacer de madre por partida doble.
En la Noche de los muertos, decide ponerse en contacto con su hijo fallecido, cree que es el momento para que Lupe se enfrente a su pasado, y Diego vuelve al mundo terrenal tal y como se fue, siendo un veinteañero y sin saber cómo es el presente de su familia. Es el momento de que Lupe reaccione y salga a la realidad, recuperando su jovialidad, alegría y ganas de vivir ¿será capaz de ello?
Todos están muertos es una historia para dejarse llevar por el contexto y lo que aparece crea uno o no, pero sobre todo para ahondar y reflexionar sobre el pasado, lo que marca y afecta a uno mismo, como es el caso de la protagonista Lupe, y lo que ampliamente también repercute a su alrededor.
Todos están muertos, encara a la perfección aquello de “estar muerto en vida” porque uno puede respirar pero si no disfruta de lo que tiene a su lado, es como si no estuviera, una vida ausente e inerte a la deriva de los días, padeciendo y sufriendo. Lupe es el puro retrato de esta percepción que además trasmite a los demás.
Se muestra una vida burbuja, donde los problemas y anhelos se esconden en uno mismo, donde el hablar es un artículo de lujo, por no querer sacar a flote los sentimientos, los del momento y del pasado.
Todos están muertos, es terriblemente profunda, marcada por los enigmas y con una sentimentalidad apabullante en el terreno materno filial. No decae en la lágrima fácil, para nada porque está tratado con sosiego y con la suficiente pizca de humor, para no trascender en lo negativo de la vida, sino todo lo contrario es una búsqueda a contrarreloj por una salida, fuga y enfrentamiento a la realidad que tanto duele y hace esconderse.
He de reconocer que me costó entrar en la historia, que a primeras luces los protagonistas no me encajan en el ritmo que se me mostraba, pero a medida que pasaban los minutos me di cuenta que estaba pidiendo explicaciones de muchas cosas, que se iban deshilando minuciosamente en un guión engranado a la perfección, y que todo se contaba en el momento justo. Quizá quisiera saber demasiado pues desde el minuto cero el personaje que desarrolla Elena Anaya es enigmático y lleno de preguntas y respuestas a la vez, siendo la clave de todo lo que hay a su alrededor.
Todos están muertos es una película para enfrentarse a la realidad, a los sueños y a los retos por medio de los obstáculos y de las ilusiones aunque se crean apagadas. Una mirada optimista ante la adversidad es la que se refleja en el guión y dará que pensar.
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