sábado , abril 19 2025

The Leftovers: tras la caída del Mito

Desde Cineralia queremos proponeros una serie cuyo desembarco mediático en España parece que se está retrasando, el último proyecto del guionista principal de Perdidos.

A finales de Junio (es decir, de cara a la temporada veraniega, de menor presión de audiencias) HBO estrenó The Leftovers, serie de diez episodios de duración basada en una novela de Tom Perrotta, que parte de una premisa argumental plagada de posibilidades: tras desaparecer un 2% de la población mundial, los que se quedaron en la Tierra (es decir, los «leftovers», los que han sido dejados atrás) deben seguir viviendo con el peso de ese evento inconcebible en sus cabezas, teniendo que reformular sus nociones sobre religión o fe y llorando a todos aquellos que desaparecieron sin dejar rastro ni explicación alguna. Aprovechando que los medios españoles todavía no han empezado a diseccionarla (y por lo tanto el público de nuestro país todavía no está influenciado por las montañas de información a favor o en contra, o por sus posibles herencias culturales o referenciales – es decir, lo que sucedió con la explosiva «True Detective») dejamos escritas unas líneas desordenadas sobre una serie pequeña (o algo así) en un mundo de enormes propuestas audiovisuales.

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«The Leftovers» es una serie de autor. Esto suena a perogrullada en el panorama actual de la ficción televisiva (pues «Mad Men» es Matthew Weiner, «Breaking Bad» es Vince Gilligan, «True Detective» es a partes iguales Nic Pizzolatto y Cary Fukunaga, etc.), y ha surgido como la forma más rápida y efectiva de conseguir que las cadenas publiciten sus productos como «ficción de calidad» (habiendo un showrunner o guionista jefe siempre a cargo de una producción, que es suya y de nadie más); el auge de los showrunners y de sus presupuestos autorales ha sido también en gran parte el culpable de la edad de oro de la televisión que vivimos, con series de muy alta calidad de guión pero también técnica y formalmente (pues están producidas por cadenas cuyo único interés es hacer productos de gran empaque visual y narrativo, como la HBO, Showtime, AMC…).

La mente detrás de «The Leftovers» es Damon Lindelof, que contribuyó a convertir a «Perdidos» en la enorme bestia épica y mitológica, recorrida por viajes al pasado, al futuro y al más allá, que acabó siendo. Y quizás por ser un narrador que ha demostrado su solvencia la HBO ha decidido comprarle la primera temporada de la serie; el problema es que Lindelof acusa de manera muy marcada tanto unos pros como unos numerosos contras que ya se están haciendo eco en «The Leftovers» y que ya acabaron por lastrar «Perdidos». La primera de estas marcas de autor es el interés por la religión y por los efectos de la fe en la vida humana: esto se dejó sentir en el final new age politeísta de «Perdidos» y en la progresiva deriva, de la ciencia a lo místico, que fue lastrando (o como mínimo transformando) una serie que empezó con un grupo de náufragos multicultural y acabó enredada en dioses, el fin del mundo y el sentido del Mas Allá.

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Lo bueno de «The Leftovers» es que ya desde el primer momento se plantea como un producto ambiguo y recorrido por igual por religión y laicismo cínico, que apunta alto al hacer de forma muy clara pero bien trabada algunas cuestiones que afectan a la mentalidad colectiva estadounidense pero también, por extensión, a gran parte del planeta: ¿qué sucede cuándo Dios le da la espalda de manera efectiva a la Humanidad? ¿Cuál debe ser la actitud de aquellos que quedan en un mundo que el Creador ha decidido no rescatar, los restos sobrantes, los que no son gente buena, que desapareció para irse al Cielo? La serie se instala en este enigma y plantea un mundo oscuro, caótico, fruto de la falta de creencia en las grandes narrativas del pasado, mezcla de esta falta de fe y de la lógica que aparece después de un gran desastre (puede leerse la serie también como metáfora de los atentados del 11 de septiembre, entre otros terrores de la sociedad estadounidense, o como vuelta al concepto, esta vez globalizado, de la «presencia de una ausencia», drama personal y ahora mundial de alguien que ha perdido a un ser querido).

Así, un tono de absoluta seriedad recorre toda la serie, como correspondiendo a un mundo en el que los vínculos paterno-filiales y la creencia en el mito fundador se han roto (el protagonista policía que fue abandonado por su mujer, afiliada ahora a una secta nihilista; las masas que se acercan a nuevas sectas que basculan entre el desprecio al resto de la Humanidad y la creencia en nuevos caminos espirituales…). Lindelof crece y madura así como narrador, ya que si antes se centraba en los desaparecidos ahora lo hace en los dejados atrás, componiendo una serie mucho más oscura que «Perdidos». Si aquella iba de una comunidad rota que se recuperaba y salvaba el mundo por la vía de la mitología (es decir, lo ancestral al rescate de la Humanidad, la Isla y sus poderes como salvación del drama humano), «The Leftovers» va precisamente de lo contrario: las creencias tradicionales dan la espalda a la Humanidad, el planeta entero presencia un hecho inexplicable que, para bien o para mal, se sitúa fuera de las coordenadas de las pesquisas, dado que, como en el libro de Perrotta, la explicación de la desaparición no es uno de los objetivos de la serie. En esta falta de respuestas se mueve Lindelof.

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Lo cual entronca también con su interés por la figura del loco: los famosos números de «Perdidos», que llevaron de cabeza a millones de fans en todo el mundo y acabaron recibiendo una explicación fría y poco inspirada, surgieron en primer lugar de la mente del residente de un manicomio. Todas las ficciones de Lindelof pueden entenderse como una entrevista con un enajenado mental: el espectador pregunta algo, intrigado, y el loco le responde con enormes promesas, delirios de grandeza que pretenden hilar un discurso lógico entre lo que, al fin y al cabo, no son sino locuras, giros de guión intrincados que prometen una resolución final pero que se acaban desarrollando sin solución de continuidad. Este era el encanto de «Perdidos» y la clave para descifrarla, asistir a los delirios sin tomarlos en serio, pero la falta final de respuestas satisfactorias (pues «lo importante eran los personajes») derivó en un enfado generalizado por parte de los fans. Librándose de la necesidad de dar respuestas, centrándose en el carácter inaccesible del enigma y ya avisando desde un principio que nunca se resolverá el por qué de las desapariciones, Lindelof se libra de muchos de los problemas que lastraron su anterior serie: asistiremos a los delirios de un loco (¿que es, si no, la desaparición sin un por qué de un 2% de la población?) pero siempre sabiendo que están más allá de la comprensión humana.

Acusando la influencia de una serie seminal como «Twin Peaks», «The Leftovers» pretende retratar los pequeños dramas de una comunidad rota por lo inexplicable, núcleo de población que derrumba por enésima vez el sueño americano; es esta una tendencia predominante en las ficciones cinematográfica y televisiva de finales del siglo XX y principios de este, pero que choca de algún modo con la megalomanía de Lindelof. Pues el guionista es un genio del cliffhanger, de la tensión repartida a lo largo de diversas tramas argumentales en distintos lugares o tiempos, de la anticipación de eventos futuros (casi siempre tramposa)… es decir, del efectismo y la combinación de recursos de guión como uno de los principios a la hora de elaborar una buena historia. Y todo esto poco tiene que ver con el amor por las historias pequeñas o por los dramas cotidianos, por las tramas en las que no interviene un elemento sublime, superior a los personajes: a Lindelof le cuesta crear un buen personaje si no es en relación con elementos externos de alta complejidad narrativa (viajes en el tiempo, sucesos que requieren un conocimiento enciclopédico de todo lo que ha sucedido en la serie…).

Lo que sí que es cierto es que con estas tácticas Lindelof ha creado personajes míticos (sólo hace falta revisar «Perdidos») y aunque de momento en «The Leftovers» está probando una narrativa menos épica y más íntima, ya en algunos momentos no ha podido resistir la tentación de convertir a determinados personajes en verdaderos héroes de epopeya, aunque sea doméstica (como muestra, sobre todo el tercer episodio de la serie, que se centra sorprendentemente en un sólo personaje, un cura que busca dinero para salvar su parroquia, y en el que se acaba configurando un potente retrato, atravesado por el destino y la ironía a partes iguales, de un personaje que hasta el momento se antojaba un mero secundario).

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Técnicamente, «The Leftovers» es impecable, con una estética fría que responde perfectamente al momento nihilista y confuso en el que se encuentra inmersa la sociedad que retrata, que no vacila a la hora de escenificar de manera sublime (gracias sobre todo a la música, algo repetitiva) algunos momentos verdaderamente potentes (en especial a partir del quinto episodio, aunque todos los finales sean bastante superiores al resto del episodio, especialidad de Lindelof), con una cabecera de resonancias vaticanas que ya por sí sola justifica empezar a ver la serie, y un plantel de actores encabezado por Justin Theroux (y con los papeles sorpresa de Christopher Eccleston o una Liv Tyler de la que muchos nos habíamos olvidado) más que solvente aunque en ocasiones quizá demasiado sufrido (difícilmente veremos sonreír al atribulado protagonista en lo que va de temporada).

Sin embargo, todos estos rasgos, que pueden ser la marca de agua de prácticamente todas las series dramáticas de calidad que han venido entregando las cadenas de pago estadounidenses, pueden acabar petrificándose en una especie de manierismo que se dedique simplemente a repetir, con gran estilo, eso sí, las cosas que le han ido bien a otras series. Mientras uno ve «The Leftovers», por momentos se encuentra con un producto acomodado, incapaz de innovar precisamente por culpa de la tan buscada «calidad», por su intención por delimitar de manera clara las tramas para que todo se resuelva de la manera más clásica, satisfactoria dramáticamente, posible. La cultura del seriéfilo es muchísimo más elevada que hace diez años y el público ya está acostumbrado a consumir productos de muy alta calidad. La sorpresa, pues, tendrá que venir de la utilización de recursos dramáticos verdaderamente novedosos y no tanto de giros de guión efectistas o un acabado técnico impecable: la historia de la «comunidad destrozada» ya la hemos visto cientos de veces en la ficción televisiva y es tarea de Lindelof y compañía hacer que nos olvidemos de esto.

«The Leftovers», así, aparece marcada por distintas líneas que hemos intentado esbozar en este artículo; el hecho de que todavía no haya sido renovada por una segunda temporada (cosa que la HBO suele hacer a estas alturas si una serie les parece que está funcionando, sobre todo en cuanto a audiencias se refiere) seguramente se deba a este carácter extraño, mezcla de las obsesiones de Lindelof con la fe y el papel del hombre en el mundo, la estética refinada de la ficción contemporánea, el interés por construir la «gran novela americana» que todas las series actuales persiguen… Inmersa en un universo cargado de imaginería religiosa y personajes densos y oscuros, quizá se entienda su relativo fracaso de audiencias; desde aquí animamos a que le deis una oportunidad a un producto irregular pero único, con tantas virtudes como defectos, y que ojalá le permita a Lindelof demostrar que hay vida más allá de «Perdidos».

Acerca de Ricardo Jornet

Simpático redactor de Cineralia; no tan simpático estudiante de cine.

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