El director enfrenta fe y ciencia desde un plano emocional, un terreno complejo, común e invariable en todo ser humano.
Como todo el mundo habrá visto a estas alturas, el leitmotiv de esta edición del Festival de Sitges son los mundos oníricos. Si algo caracteriza el cine fantástico es que propone una mirada singular sobre nuestro mundo.
Es, en definitiva, un reto a la percepción de la realidad y una búsqueda insaciable de hipótesis que cuestionen nuestras creencias al menos durante estemos encerrados en el universo particular de la película.
I Origins (Orígenes) tiene un poder sugestivo abrumador porque abraza con fuerza esta idea de lo que es la ciencia-ficción. Mike Cahill enfrenta fe y ciencia desde un plano emocional, un terreno complejo, común e invariable en todo ser humano, centrándose en el elemento más esencial que propicia el punto de vista: el ojo.
I Origins es la historia de un triángulo amoroso, pero también es una historia que habla sobre la identidad del individuo, de lo que nos hace únicos orgánica, psicológica y emocionalmente. Mike Cahill concibe la cienca-ficción de una forma intimista. Utiliza el elemento fantástico como instrumento para materializar ideas existenciales, como la posibilidad de la redención que simbolizaba la Otra Tierra, o, en este caso, la perpetuidad del ser humano.
Lo estimulante de su nueva película es que hilvana su discurso a través de unos personajes muy bien definidos que representan diferentes posicionamientos y deja que la película camine por su cuenta de la mano del espectador. Cahill demuestra en este sentido una capacidad narrativa extraordinariamente precisa, porque deja ver su mano como director en los momentos clave y deja que el resto sea un viaje que el espectador experimente con la película.
Su único error es caer en la tentación de responder a las preguntas de su personaje protagonista (un magnífico Michael Pitt), porque contradice radicalmente la concepción del film. Sin embargo, la otra forma de verlo es que nos regala un acto final de emociones intensísimas y la senación de que hemos visto y nos hemos planteado cosas nuevas.
The Guest, la fiesta de Wingard y Barrett
Si siguen en esta línea, el binomio Adam Wingard/Simon Barrett. En la exitosa You’re Next se aproximaban al género de terror (del “home invasion”, concretamente) desde una perspectiva consciente de sus mecanismos pero sin entrar en el metacine, una idea parecida a lo que hicieron Wes Craven y Kevin Williamson con Scream pero con un ángulo más irónico y transgresor: buscando romperlos en vez de forzar su maleabilidad.
The Guest es una cinta clásica de un hombre extraño que entra en una familia y remueve sus cimientos, pero cambiando el psycho killer por un héroe de acción clásico de los ochenta. El resultado es una mezcla explosiva entre comedia, acción, slasher y psicothriller que debido al cóctel imposible de referentes de géneros tan alejados resulta muy placentera (y divertidísima) en cada una de sus escenas, pero frágil en conjunto.
Montana, formas modernas para viejas historias
Montana es una película inglesa que se encuadra, como In Order of Disappearance, en esta sección de Panorama Òrbita que recoge trece thrillers de todo el mundo. Es una producción cuanto menos curiosa, ya que si nos limitamos a su guión vemos una película que se podría haber hecho en los 80 o en los 90 en EEUU y seguramente para distribuirse directamente en videoclub.
No obstante, Mo Ali coge este texto de sabor retrógrado y lo convierte en una película moderna, en la línea de Attack the Block. Mo Ali no entra, como sí hizo Joe Cornish, en evaluar e incluso psicoanalizar el género, pero sí insufla aires nuevos desde la dirección. Cada plano en la película está perfectamente cuidado, y utiliza recursos poco habituales hoy en día en el cine de acción (montages, zooms rápidos, cámara lenta para subrayar momentos emocionales, etc.) con total naturalidad y, sobre todo, con el enorme mérito de hacerlo sin provocar nostalgia ni la necesidad de celebrar el gusto por cine casposo como Sylvester Stallone en su franquicia de Los Mercenarios.
Al igual que Edgar Wright en Hannah (una película que no me canso de reivindicar), Mo Ali demuestra que el cine de acción fast food de antaño todavía no sólo es posible, sino que puede adquirir una dimensión autoral más que interesante.
Crónica del día 2 del Festival de Sitges 2014.
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