miércoles , enero 22 2025

Crítica de Interestelar: Lo Infinitamente Humano

Christopher Nolan, empeñado en contener el Universo dentro de las paredes del corazón, construye su filme más ambicioso hasta el momento, un viaje de ciencia-ficción al final de la noche más oscura.

A propósito de «Interestelar», es muy interesante sacar a colación este constructo, ciencia-ficción, el elegido para definir a ese género, primero literario y luego cinematográfico, que ante los avances de la técnica en los últimos dos siglos empezó a preguntarse por un lado qué cotas alcanzaría el avance de las ciencias humanas y por otro (y quizás aquí resida la grandeza de los grandes títulos) qué sería (y qué quedaría) de lo humano y sus emociones en este mundo del futuro. Y es interesante sobre todo porque la película propone en última instancia la fusión de ambas partes para elaborar un Universo en el que los teoremas sólo tienen sentido cuando existe un corazón que late tras ellos. Si «Interestelar» es algo, quizás sea una compleja fórmula matemática cuyo resultado, sorprendentemente, es (L). Amor.

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Mucho se ha hablado de la relación del filme con «2001: Una Odisea del Espacio», sobre todo por las similitudes argumentales entre ambos (en esencia, el viaje «más allá de las estrellas» que permite a la Humanidad seguir adelante, en este caso capitaneado por un excelente Matthew McConaughey) y porque el esquema dramático que ambas presentan (nave espacial como espacio de lo humano, exploración de otras dimensiones o percepciones, confines inexplorados de la oscura galaxia, robots carismáticos…) es inevitablemente parecido. Pero lo interesante está en las diferencias: Kubrick era un matemático, un científico que estaba enamorado de los seres humanos; así, sus películas obedecían a una lógica formal (simetría, perfección técnica, iluminación fría) y narrativa (dificultad para tratar a sus seres «desde dentro», muchas veces condenándolos a la observación externa) propia de un concienzudo perfeccionista, pero invariablemente intentaban demostrar que dentro de los seres humanos podía haber bondad aunque finalmente todas las pruebas empíricas demostrasen lo contrario: esta era la búsqueda eterna de un Kubrick al que se ha acusado de cerebral pero que en el fondo estaba ensayando su particular humanismo.

En «2001: Una Odisea del Espacio», lo humano encuentra, y no sin luchar, su lugar en el Universo guiado por una instancia superior que le ayuda a elevarse: la razón infinita al servicio del falible humano. El perfecto y racional ballet espacial de la gravedad, esa escena en la que se acoplan dos naves al ritmo de Strauss, existe porque así lo han querido nuestros benefactores. En el último filme de Nolan, el benefactor de la Humanidad es bastante más cercano que los extraterrestres incorpóreos de Kubrick, y el ballet espacial y perfecto es sustituido por un acoplamiento de emergencia en medio de un mar de chatarra espacial. Del placer estético a la tensión emocional.

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En «Interestelar» Nolan es un ser humano (es decir, un cineasta que, diga lo que se diga, confía antes que nada en la emoción) que está enamorado de la ciencia (y de sus esquemas matemáticos, sus simetrías perfectas y sus fórmulas complejas a la búsqueda de la explicación de la realidad). De algún modo u otro, esto se ha ido viendo también en sus últimos filmes: toda la parafernalia técnica y los complejos niveles oníricos de «Origen» estaban organizados alrededor de la introducción de un sentimiento en la mente de una persona, por ejemplo; esta estrategia se lleva a sus últimas consecuencias en el tramo final de «Interestelar». Quizás se pueda alegar que toda esa sentimentalidad no es más que una estrategia barata de guión o un recurso a los lugares comunes; de hecho, muchas de las críticas a «Interestelar» han ido por aquí, sobre todo en relación a un monólogo de Anne Hathaway – por otro lado, excelente como sufrida viajera espacial – en el que se plantea de manera muy poco disimulada el tema principal del filme: el potencial del amor (ya sea romántico o familiar) para poder explicar el funcionamiento último del Universo.

Pero aquí Nolan se nos revela como profundamente sincero (y esto, en un filme que cuesta millones de dólares, punta de lanza de la complejísima estructura industrial de los blockbusters, es altamente difícil); no en vano se dice constantemente que Nolan es uno de esos cineastas únicos que consiguen aunar su visión personal de autor con los requisitos espectaculares, técnicos y generalistas de una película de alto presupuesto. Y aquí, conteniendo el Universo dentro de las paredes de la habitación de una niña (jugada arriesgadísima, aunque preferimos no revelar más detalles) no creemos ver a un entomólogo jugando con la potencia de los sentimientos, sino a alguien que ha comprendido, en lo más profundo de su arte, una verdad particular que articula todo el filme, que acaba siendo un verdadero salto sin red al vacío.

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El tradicional juego de Nolan con la construcción narrativa de la tensión llega aquí, también hay que decirlo, a un nivel casi insostenible (y digno de un maestro del cine); si en «Origen» se proponía un montaje paralelo entre cuatro realidades insertas una dentro de la otra, no menos espectacular es una secuencia en concreto en la que, de nuevo, Nolan narra cuatro acciones paralelas pero esta vez separadas por los insondables abismos del espacio y el tiempo, y sin embargo tan imbricadas unas con otras, tan dependientes entre sí, que de pronto el espacio se pliega sobre sí mismo y el tiempo se transforma en un instrumento al servicio del mago Nolan. A todo esto contribuye la que para nosotros es la mejor banda sonora de Hans Zimmer hasta la fecha, que en algunas secuencias transforma el metraje en una verdadera Ópera audiovisual (sobre todo en aquellos planos generales, prodigio de la técnica que nos revela espectáculos que seguramente el ser humano no verá jamás, que muestran a la pequeña nave enfrentándose a los gigantescos peligros del viaje interdimensional).

No abundemos en sus errores (que los tiene; es lo que suele pasar con los filmes que tienen tal nivel de ambición conceptual y estética) y celebremos esos riesgos que no le importa correr, alegrémonos de que Nolan parece no haberse acomodado sino incluso haberse vuelto más agresivo y salvaje, intuitivo (para bien o para mal), aplaudamos a su apabullante reparto coral (con alguna que otra sorpresilla, que merece quedarse como tal) y no nos tomemos las cosas tan en serio: «Interestelar» no es, efectivamente, «2001: Una Odisea del Espacio» porque películas-catedral como aquella seguramente surgen una vez cada siglo, y no hace falta echarse las manos a la cabeza. Todo lo contrario: seamos positivos y confiemos en que quizás la película-catedral de este siglo nos la acabe trayendo Nolan.

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Acerca de Ricardo Jornet

Simpático redactor de Cineralia; no tan simpático estudiante de cine.

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Un comentario

  1. Una falta de respeto a la historia del cine que comparen esta película mediocre con una verdadera obra de arte como 2001.

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