La vida secreta de Walter Mitty es una película que invita a que soñemos despiertos
Todos somos Walter Mitty. Todos hemos divagado alguna vez en nuestro día a día con salir en búsqueda de aventuras o envalentonarnos para hacer una acción más específica que tanto nos cuesta. Todos somos discípulos de la expresión inglesa «daydreamin»(soñar despiertos). Ben Stiller (director y protagonista de La vida secreta de Walter Mitty) desaprovecha sin embargo esta magnífica oportunidad de hacer algo más que una película pasable y ligeramente entretenida.
Walter Mitty es un gris trabajador de la revista impresa LIFE, que ve día tras día como sus sueños y ganas de viajar, conocer mundo y tomar las riendas de su vida han ido siendo adormecidas bajo el indolente peso de la rutina. El material inicial y la propuesta son muy ambiciosos, tanto que Stiller no es capaz de manejarlos con el tacto necesario. El hecho de que La vida secreta de Walter Mitty se nutra para su existencia parasitaria de esa ausencia de arrojo en el ser humano para llevar a cabo sus sueños, no la hace obligatoriamente un gran film.
Y es que Ben Stiller peca de querer demostrar en todo momento su grandeza (de una manera prepotente). Porque la gente real soñamos con hablarle a esa chica/chico del metro y romper nuestra burbuja. Pero el soñar despierto que propone Stiller es simplemente eso, un sueño al alcance del puñado de personas que estén dispuestas y en condiciones de ir a Groenlandia e Islandia. La película necesita literalmente viajar hasta el Himalaya para intentar conmover o provocar una reacción en un espectador que pronto dejará de sentirse del todo identificado con lo que está viendo. La vida secreta de Walter Mitty empieza bien, pero termina «perdiendo a su paciente» cuando deja atrás el realismo cercano y lo sustituye por la ciclópea exhibición de recursos presupuestarios. En definitiva, La vida secreta de Walter Mitty era material de cine indie, no de blockbuster.