La película es una comedia romántica sobre refugiarse en el pasado y evadir responsabilidades
Vivir en el pasado. Es un drama y una realidad que afecta a más personas de las que pensamos. Ese eterno quaterback de instituto cuya memoria por temor a vivir una vida (la real) en la que ya no es elegido el rey del baile de graduación le mantiene unido a sus recuerdos, como una melancólica rémora sobre unos yacimientos marinos.
Laggies es de esas comedias románticas insulsas, que se queda a medio camino entre el género cómico y la vertiente romántica. Una película que, como aquel Tom Hanks en La Terminal, se queda en ese limbo ante los carteles que señalizan los vuelos salientes, sin saber por cual decidirse. El trío protagonista (Kiera Knightley, Sam Rockwell y Chloë Grace Moretz) es tan exótico como efectivo, y termina siendo casi lo único destacable del filme.
Su director, Lynn Shelton (El amigo de mi hermana) propone en Laggies un refugio en ese pasado adolescente exento de acuciantes responsabilidades adultas (como el matrimonio) pero el guión de Andrea Seigel no explota hasta la extenuación una temática tan interesante. Y es que todos hemos divagado alguna vez con volver a ser inocentes niños sin compromisos y obligaciones, al igual que en aquella época añorábamos ser mayores para acometer unos sueños que terminaron siendo más ásperos que tal y como los soñábamos, aterciopelados y dulces al tacto.