Crítica de Irrational Man
Woody Allen no llega a su culmen y no nos engancha con su habitual sorna, ironía y chispa…
Entre el amor y el deseo, entre la verdad y la realidad es algo que no nos pilla de nuevas en el nuevo trabajo de Woody Allen.
Hablar de Woody Allen en la mayoría de sus películas es hablar de calidad aunque no a todo el mundo entusiasme su cine o la película en concreto. En esta ocasión nos toca Irrational Man, el director va a película por año, y la cita con él ya está fechada, el próximo 25 de septiembre.
Para ésta nueva obra el director ha querido contar con un gran peso de la escena Joaquin Phoenix en la parte masculina, y en la femenina con Emma Stone con la que ya trabajó en su anterior trabajo Magia a la luz de la luna. ¿Funcionara el tándem de actores ó lo que es más con el propio director y sus engranajes en los ritmos del guión?
Un profesor de filosofía llega a su nuevo destino, un campus universitario, su pasado es conocido y va de boca en boca por todo el alumnado y profesorado. Él quiere dar un nuevo cambio a su vida, quiere una estabilidad emocional pues se encuentra en plena crisis existencial y las tentaciones no serán pocas, incluso una alumna que bebe los vientos por él y por sus reflexiones, pero también tendrá otra profesora que lo daría todo por él. Su vida cambio por completo con estas dos mujeres, con sus charlas y sobre todo con las que escuchan una tarde en un bar, que será el detonante para tomar una gran decisión en su vida.
Hacer toda una disección por parte del director entre el amor y el deseo, entre la verdad y la realidad es algo que no nos pilla de nuevas en éste su nuevo trabajo Irrational Man, quizá incida con mucha vehemencia en la primera parte en tejer una madeja alrededor del papel de Phoenix en cuanto a traumas y sabiduría del propio personaje, de referencias al existencialismo vital puro y duro de libro, y en la segunda parte en plasmarlo más en lo que diríamos la práctica y la lógica por vivir.
Y ahí en esa segunda parte en la que entra en juego la comedia de enredo, sobre todo en torno a los dos personajes principales, pero aderezados por pinceladas de todo lo que hay a su alrededor, es donde el tono baja, donde Woody Allen no llega a su culmen y no nos engancha con su habitual sorna, ironía y chispa que le caracteriza en esa faceta.
Si bien engancha su primera parte en desarrollar a los personajes y sus debilidades, en filosofar hasta lo extremo sobre lo cotidiano y lo vital sin llegar a empalagar o dormitar al espectador, pues el ritmo y la intensidad es el necesario, pausado y calmado pero con una narrativa cautivadora, exponiendo las fragilidades que en un punto se tornarán carácter y viceversa. Pero eso sí, las tornas y cambios de ritmos no llegan y eso hace adolecer el sentido de la trama que pierde intensidad y firmeza, sobre todo se nota en el personaje de Phoenix, pero no por su actuación si no por el conjunto en sí.
Aunque uno pueda pensar que el papel que encarna Phoenix es muy similar a otros anteriores, en parte sí (en fondo pero no en forma), pero aquí todo es mucho más contenido, una actuación mucho más controlada, donde cuenta mucho más la expresión y tonalidad de voz que el resto.