Crítica de El Club
Ha sido la elegida por Chile para representar a su país en la lucha por ser una de las finalistas en los Oscars.
Es dura, intensa, condensada en 98 minutos, pero con un mensaje tan directo que apabulla.
Lentamente irán apareciendo por nuestra Cartelera de Cine muchas de esas películas que están en la terna por llegar a ser una de las nominadas a Mejor película de habla no inglesa, aunque muchas de ellas, pese a su calidad se quedarán en el impasible olvido para disgusto de muchos de nosotros.
Ahora le toca el turno a El club, film de Pablo Larraín que ha sido la elegida por Chile para representar a su país en la lucha por ser una de las finalistas en los Oscars. No es la primera vez que el director tiene una de sus películas en busca de la estatuilla dorada, pero si hay que decir que El club es muy superior a su antecesora, No, y ahora os contamos las razones.
En una casa de retiro en un pueblo costero, cuatro hombres tienen que convivir junto con una cuidadora que velará por los cinco. Los cuatro tienen que lavar sus almas y pecados cometidos en su faceta de cura. Cuando ellos ya han cogido una monotonía de vida, la llegada de un quinto sacerdote romperá esa nueva etapa, pues todos volverán a recordar su pasado que por momentos se tornará presente por las situaciones que tienen que pasar debido a la verdad que levanta la llegada de ese nuevo huésped.
Una cinta claustrofóbica, que sin mostrar nada te agobia, insinuando en cada situación, en cada conversación, muchísimo más de lo que se muestra, pues realmente no se ve nada de lo que se narra o sugiere.
La atmósfera que Pablo Larraín ha creado es totalmente absorbente, te envuelve en ese clima de angustia por lo que pueda haber sucedido en las vidas de esos sacerdotes, que te impone de una manera exagerada, removiéndote emocionalmente y hasta el cuerpo en la butaca.
Además los guionistas, Guillermo Calderón y Daniel Villalobos, han ido hilando las verdades con las mentiras, las tapaderas con las propias vidas, dejando al descubierto la falsedad humana por capas, tejiendo una madeja donde el “sálvese quien pueda” impera de una manera desorbitante. Lo han hecho de una manera muy sutil, pero haciendo hincapié en momentos delicados y específicos que marcan a cada uno de los protagonistas.
El tono visual es igual, profundo y conmovedor, planos fijos que se acercan a los personajes en busca de esas miradas que esconden demasiado, evadiendo la verdad con la tenue impregnación de un filtro en pantalla que le da una sensación de turbio que se combina a la perfección visualmente como narrativamente. El conjunto es soberbio.
El club es de esas películas que uno no tiene que dejar de ver, pero que la indignación a medida que pasa el metraje y el malestar crece por momentos. Es dura, intensa, condensada en 98 minutos, pero con un mensaje tan directo que apabulla.
Y sobre todo, al final lo que más exaspera, es que lo que más prevalece en los personajes es el chantaje para sobrevivir con su verdad, sin tener un ápice de arrepentimiento por lo que realizaron tiempo atrás, es más, lo justifican como seres humanos que son.