En la crónica de hoy repasaremos parte de la muestra de cine enmarcado en diferentes géneros, del cine de acción o ciencia ficción, hasta una tríada de westerns.
Como comentábamos en la primera crónica, el Sitges 2015 ha hecho una apuesta mi firme por devolver el cine de terror al primer plano del festival. Esto no implica, en ningún caso, que la apertura a otro tipo de géneros que Sitges ha ido acogiendo a lo largo de la última década (nuevas formas de aproximarse al fantástico, en definitiva) no hayan estado presentes con una buena dosis de protagonismo.
En la crónica de hoy repasaremos parte de la extensa muestra de cine enmarcado en diferentes géneros, desde el cine de acción o ciencia ficción, hasta una tríada de westerns que, pese a ser una minoría en Sitges, este año han sido de lo más destacado.
Mr. Right o el bailarín asesino
Desde su reseñable éxito en la taquilla americana con la enérgica Carne de Neón, Paco Cabezas se ha convertido en una especie de embajador español del cine comercial en EEUU. Su lucha (y la confianza por parte de los productores norteamericanos) por intentar hacerse un nombre en la industria del cine comercial hollywoodiense están empezando a ver resultados en Mr. Right, cuya distribución en EEUU parece asegurada después del festival de Toronto.
Después de sacar provecho de Tokarev (allí hizo buenas migas con Nicolas Cage, que protagonizará su siguiente película), película de venganzas tan correcta como insípida, Mr. Right –con guión en esta ocasión del emergente Max Landis– se revela como una película mucho más personal.
La mezcla explosiva entre la vistosidad coreográfica de Cantando bajo la lluvia y el amour fou psicopático de Taxi Driver (las dos películas que Paco Cabezas tenía en mente cuando rodaba ésta) están muy presentes en varias de las ideas en las que incurre la película.
La composición sin embargo es de montaña rusa. Funciona muy bien cuando es una historia de amor entre dos locos (magnífico Sam Rockwell, desafortunada Anna Kendrick que no termina de encontrar el tono de su personaje), pero descarrila como cinta de acción. Aunque coreográficamente es ciertamente atractiva (Mr. Right tiene una técnica de lucha basada en el baile), su sistemática tendencia al coitus interruptus de la composición fílmica, en la que lucen muy bien tanto los movimientos keatonianos y las luchas; para introducir chistes verbales anticlimáticos.
De todos modos la principal noticia es que, aunque no es una gran película, es una de muy, muy disfrutable. Y lo mejor de todo es que nos estamos acercando al potencial de Paco Cabezas como autor genuino de cine de entretenimiento, algo que aunque pueda parecer peyorativo no lo es porque parece que él al menos es capaz de ser fiable con cualquier cosa que tenga entre manos, y esto no lo puede decir cualquiera.
Absolutely Anything o el gag como forma de vida
Absolutely Anything, dirigida por el ex Monty Python Terry Jones, se presenta, quizá de forma involuntaria, como una película instalada en la nostalgia de un tiempo pretérito. Por muchas razones: la simpleza de la premisa sobre la cual se desarrolla la película, la reunión de los miembros de los Monty Python poniendo voces a una suerte de corte suprema intergaláctica, la presencia póstuma de Robin Williams poniendo voz a un perro o la idea de que una comedia tan descaradamente inofensiva como esta todavía puede tener interés.
El film parte de un perdedor (interpretado por el siempre exuberante Simon Pegg) que, por voluntad de unos extraterrestres, recibe el poder de poder hacer cualquier cosa sólo moviendo su mano. Ni siquiera es importante que este don sea un examen para que los alienígenas decidan si van a destruir la Tierra o no, ya que lo que realmente le interesa a Terry Jones es ir hilvanando situaciones cómicas derivadas del punto de partida como si fuera una lluvia de ideas estructurada cronológicamente.
Lo mejor (y casi lo único) que se puede decir de Absolutely Anything es que es una película simpática, pero desde la sensación de que es un producto fuera de su tiempo y fruto de una mente que, aunque conserve la lucidez suficiente para generar puntos de vista cómicos nuevos sobre la realidad, le falta la chispa para ejecutarlas con la frescura de los tiempos de Flying Circus.
El cadáver de Anna Fritz u ojos que no ven…
La ópera prima del mallorquín Héctor Hernández Vicens era, junto a Vulcania, la única película catalana/española presente en la Sección Oficial del festival, y tampoco es una apuesta por el cine puramente fantástico.
La premisa de El cadáver de Anna Fritz parte clava sus raíces en el género de terror (la memoria de perturbadora Dead Girl está muy presente en ella), pero enseguida deriva hacia el thriller psicológico.
Es de admirar su apuesta radical por la acción en un espacio reducido. Tira mucho de guión y de un arco argumental muy bien trazado por todos los personajes, de modo que es una película absolutamente efectiva (sobre todo por cualquier espectador poco avezado al cine de género) que, sin embargo, deja poco margen para la sorpresa.
La actriz Anna Fritz (Alba Ribas) ha fallecido y tres amigos entran en la morgue donde descansa su cadáver, todavía en posesión de una belleza mortuoria, lo cual despierta los instintos más oscuros de los tres jóvenes. A partir de ahí, que vuele la fantasía…
Strangerland o Australia, tierra kafkiana
Australia es el país con más casos de desapariciones no resueltas del mundo. Las vastas extensiones de tierra desierta, los animales mortales, el clima difícil y la soledad alrededor de algunos lugares conforman un paisaje marcadamente hostil que ha inspirado películas de terror o thrillers que flirtean con él, como la saga de Wolf Creek o la imprescindible Wake in Fright.
Strangerland se mueve en estos términos del misterio irresoluble, cuando un matrimonio (Nicole Kidman y Joseph Fiennes) se traslada a vivir a un pueblo perdido de Australia ve como desaparecen sus dos hijos sin dejar rastro.
Lo mejor del film de Kim Farrant es que sabe explotar al máximo el inmovilismo de una historia ya contada y no cae en la trampa de jugar a la resolución del misterio. Hay muchos demonios que acompañan a la familia protagonista y a la gente del pueblo, que comienzan a revelarse a partir de la catarsis de la desaparición hasta desembocar en un relato incómodo y feroz sobre el mal en la naturaleza humana y la amenazante tierra en la que viven.
Macbeth o el verso vacío
Macbeth viene acompañada por el incentivo de ver juntos al director y al protagonista de la futura adaptación de Assassin’s Creed. Justin Kurzel y Michael Fassbender asumen el reto, antes de lanzarse al presunto blockbuster inspirado en el popular videojuego, de adaptar una de las obras más seminales y sangrientas de Shakespeare.
Con un guión escrito en verso y una producción de alto presupuesto, Macbeth es un ejercicio de pura grandilocuencia, hasta el punto de dejar la sensación que incluso le falta una hora de metraje para alcanzar su ambiciosa meta.
Sin embargo, tal coloso cinematográfico queda ensombrecido por sus propias promesas. La película pasa de puntillas por los pasajes de la obra de Shakespeare y construye set pieces que lucen más por su espectacularidad visual que por su contenido dramático. El peso específico de cada acto es más que dudoso: poco protagonismo tienen las brujas o Lady Macbeth –Marion Cotillard–, y demasiado las batallas campales y los monólogos del rey loco.
Es el problema de intentar convertir una pieza de autoría en un blockbuster, que al final no es ni uno ni otro, y lo único que nos deja es la nostalgia de lo buenas que eran las adaptaciones de Kurosawa y Polanski.
Endorphine o laberintos de la mente
Las películas laberínticas que a medida que avanzan parece que se expanden y se contraen a la vez son una debilidad personal. Paprika, Perfect Blue, Mr. Nobody, Primer, Coherence, Inception…todas ellas comparten una filia con la desorientación narrativa, entendida como un mecanismo para generar misterio.
Endorphine adopta el defecto de forma y lo convierte en belleza estructural: tres vidas de tres mujeres se van conectando poco a poco a través de saltos espaciotemporales, mientras van hilvanando una espiral que parece girar en torno al mismo suceso.
No es casualidad que el título haga referencia a las proteínas neurotransmisoras (en definitiva, lo que hace el film es ir estimulando el cerebro para recomponer un puzle de recuerdos rotos), como tampoco lo es que el alias de la protagonista en Skype sea “Persona”, con una clara referencia a la disociativa protagonista de la obra maestra de Ingmar Bergman.
Por su capacidad hipnótica y su atmosfera irreal, además de su accesibilidad a pesar del complejo entramado no lineal de la historia, Endorphine es una de las películas independientes más estimulantes y sugestivas del festival.
Green Room o ultraviolencia
De la mano de Jeremy Saulnier, quién parece buscar su particular trilogía de los colores con relatos violentos (Green Room al menos sigue esta lógica temática tras Blue Ruin), llega a Sitges para ofrecer una de las películas más satisfactorias de esta edición.
Cierto es que a algunos nos sorprendió por ser menos abrupta de lo que esperábamos, al mismo tiempo que a otros les pareció bestial el despliegue de violencia de la película (con unos efectos especiales magníficos). Sea como sea, ambas posiciones coincidimos en afirmar que Green Room es una pequeña joya de serie B, rodada con muchísimo gusto y tomándose lo que hace con una seriedad que a veces cuesta encontrar, sobre todo en esta época en la que parece que la serie B sea carnaza para la autoparodia.
Los ingredientes garantizan lo que prometen: una banda de punk, un local de skin heads, un “accidente” y un efecto mariposa que desemboca en un vendaval de sangre. Ah, y Patrick Stewart como líder skin. ¿Se le puede pedir más a una hora y medio de entretenimiento?
Slow West o el western romántico
Si el western es el padre de todos los géneros es porque es el único género puramente cinematográfico, el único que ha nacido en el celuloide y no en las páginas de un libro, en una obra de teatro o en cualquier forma de arte popular. Por esto no es de extrañar que exista una catálogo tan extenso de subgéneros dentro del propio western y, por esto, no nos debería sorprender que a través de un western sea posible explicar cualquier historia.
Se puede calificar Slow West como “romántico” por muchas razones: porque el leitmotiv de la película es el amor, porque el objetivo que persigue el protagonista es el amor, porque la tierra salvaje que atraviesa en su epopeya está completamente exenta de amor, porque el aprendizaje del cazarrecompensas interpretado por Michael Fassbender es sobre el amor o porque la visión sesgada de John McLean (director de la película) tiene un claro poso romántico sobre el género.
Por todas esto, Slow West bebe mucho del universo fabulístico a la par que oscuro de La Noche del Cazador, pero también clasicismo reciclado de los westerns naturalistas de Kevin Costner (Bailando con Lobos, Open Range).
La violencia salvaje de la tierra sin ley se integra de forma orgánica al paisaje ante la mirada todavía esperanzada del protagonista. Por esto las estrellas brillan más, los disparos duelen menos y el mal parece menos grave hasta que, tras un dilatado clímax en forma de tiroteo, la realidad aparece en primer plano y vemos, por primera vez (y McLean ya nos lo recuerda a su manera en el cierre de la película) en qué se ha convertido el ideal del viaje hacia la tierra prometida.
Bone Tomahawk o el western transversal
Que el jurado de la Sección Oficial de Sitges 2015 premiara a Craig Zahler con la mejor dirección es uno de los actos de justicia más grandes que recuerdo en un palmarés de Sitges.
Zahler, guionista canadiense, llevaba años intentando levantar proyectos (películas o series) dentro de la industria estadounidense sin éxito, hasta que decidió –gracias también a la insistencia de amigos, compañeros y familiares– a levantar uno por su cuenta, con un presupuesto limitado y en condiciones adversas.
El resultado es una pieza de orfebrería como Bone Tomahawk y sus casi tres horas de libertad creativa que fusiona con absoluta naturalidad toda una tradición del western clásico en su expresión más lúcida y el cine de terror salvaje al que ya le gustaría a Eli Roth llegar algún día a la suela de los zapatos.
Con un reparto de lujo magistralmente dirigido (Kurt Russell, Matthew Fox, Patrick Wilson), Zahler emprende un viaje a las entrañas de un particular infierno en la tierra, poblado por una tribu de indios caníbales. Bone Tomahawk tiene todo lo que se le puede pedir a un western y todo lo que se la puede pedir a una película de terror: una trama bien desarrollada, buenos personajes, sorpresas y un conocimiento profundo del material que está tratando.
Todas las fisuras que pueda tener la película vienen, desgraciadamente, del bajo presupuesto, algo que sin duda hace todavía más meritoria esta maravillosa e imprescindible película.
The Salvation o el western anticapitalista
A veces, solo a veces, algunos directores se han utilizado la mitología del western para disertar, a través de un relato equiparable a un cuento, sobre temas sociopolíticos. El caso más paradigmático es John Ford con El hombre que mató a Liberty Valance, cuyo poder discursivo ha ido creciendo al servir de referencia en películas como Munich de Spielberg o El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford de Andrew Dominik.
Ahora bien, esto resulta mucho más extraño cuando hablamos del western europeo, más interesado en las iconografías propias del género, seguramente porque la riqueza mitológica europea tiene un recorrido histórico mucho más amplio y antiguo. Por esto sorprende que una producción danesa rodada en Sudáfrica como The Salvation se desmarque como una película que, a pesar de sus formas de thriller del medio oeste, como una película profundamente política y con una carga simbólica tan rica en su discurso.
¿Por qué es un western anticapitalista?
La respuesta la encontramos en el conjunto de la película, desde el punto de partida que es el propio título hasta el significativo plano final, pasando por toda la relación de acciones y personajes perfectamente medida al servicio de un discurso.
Uno puede maravillarse fácilmente con la belleza estética de la película (sin duda la luz sudafricana hace magia en muchos planos), por el carisma de Mads Mikkelsen y Eva Green o por la innegable entretenimiento que proporciona. Ahora bien, si uno se para a entender el por qué de cada elemento que integra la historia es cuando The Salvation se eleva a otra dimensión: a la de un autor que utiliza el género para reflexionar sobre cómo funciona un mundo bajo la batuta de un sistema económico neoliberal.