Crítica de El Bosque de los Suicidios
Un largometraje de terror que transita por demasiados lugares comunes sin conseguir en ningún momento aportar algo nuevo al género.
Los remakes de películas de terror asiático fueron casi una epidemia dentro del cine estadounidense de la primera década del siglo XXI.
En la mayoría de los casos se trataba simplemente de copiar más o menos el argumento del filme original añadiéndole estrellas internacionales y variando mínimamente sus historias al gusto occidental. Así nacieron The Ring (La señal), The Ring (La señal 2), The Eye (Visiones), Reflejos (Mirrors), Presencias extrañas, Llamada perdida, Retratos del más allá (Shutter), Dark Water (La huella) o las dos partes de El grito. Gran parte de estas adaptaciones no lograron superar los méritos de las originales y, sólo puntualmente, lograron taquillazo esperado.
El bosque de los suicidios remite a esos años donde el terror de ojos rasgados hacía furor, aunque no sea una nueva versión de una película anterior. Eso sí, echa mano de la tradición japonesa, más concretamente de las leyendas que rodean al bosque de Aokigahara, situado al pie del monte Fuji. Al parecer, ese era el lugar elegido por las familias para abandonar a su suerte a las ancianas cuando ya no se podían hacer cargo de ellas. También es el sitio que escogen muchas personas para quitarse la vida. Por estas razones, algunos creen que está poblado por fantasmas malignos.
El trío de guionistas del filme, fiel en cierta medida a las normas no escritas del remake estadounidense del cine oriental, idean una historia alrededor de un mito asiático eligiendo a una protagonista estadounidense. En este caso, seguimos los pasos de una mujer que, después de sufrir unos extraños sueños, se dirige hacia Japón, en busca de su hermana, que ha desaparecido misteriosamente. Allí se adentrará, junto a un guía local y un periodista norteamericano, en el bosque de los suicidios, donde se internó su gemela.
Jason Zada, que debuta como realizador de largometrajes con este trabajo, echa mano con demasiada frecuencia a los sustos más efectistas para provocar el sobresalto del espectador sin inquietar con una historia que acumula giros y trampas en su desenlace. Ni siquiera consigue crear una atmósfera turbadora o imprimir algo de credibilidad al trágico pasado familiar del personaje femenino principal ni aprovechar el lirismo de la triste leyenda del lugar.
Tampoco logra que sus actores brillen en un producto de usar y tirar. Mientras Natalie Dormer, intérprete famosa por su intervención en la serie Juego de tronos y la saga Los juegos del hambre, consigue hacer creíble a sus atormentadas gemelas, su partenaire, Taylor Kinney, resulta verdaderamente ridículo como ese reportero que generará las sospechas de su acompañante femenina en el interior de la frondosa arboleda repleta de espíritus con malas pulgas. La estrella de la serie Chicago Fire se limita a sonreír y lucir su musculado físico a la manera del peor Billy Zane.
En resumen, El bosque de los suicidios es un largometraje de terror que transita demasiados lugares comunes sin conseguir en ningún momento aportar algo a un género que tiene en el efectismo más vulgar uno de sus principales enemigos