La nueva colaboración entre Matt Damon y Paul Greengrass es una competente cinta de acción que alarga de una manera un tanto artificial las aventuras del célebre espía con problemas de memoria.
Crítica de Jason Bourne.
“Sé quién soy. Me acuerdo; me acuerdo de todo”. Con estas palabras comienza Jason Bourne, el filme donde el actor Matt Damon y el director Paul Greengrass regresan a la franquicia basada en el personaje creado para la literatura por el escritor Robert Ludlum. Si en El ultimátum de Bourne, el protagonista de la saga lograba desvelar su verdadera personalidad y el proceso que le convirtió en una máquina de matar, el reinició de la serie de películas se justifica con la aparición de nuevos datos sobre el programa Treadstone que el propio agente secreto desconocía.
Sin ninguna duda, la excusa argumental, demasiado forzada, se encuentra entre lo peor de esta secuela. Tampoco el libreto deslumbra por su brillantez, conformándose en muchos casos con ser un simple armazón para justificar las espectaculares secuencias de acción tan habituales en este tipo de thrillers. Ni siquiera las referencias a la crisis en Grecia, la dudosa privacidad que otorgan las redes sociales o el caso Edward Snowden logran encubrir la falta de una trama verdaderamente sólida.
Paul Greengrass vuelve, eso sí, a dejar patente en Jason Bourne su particular estilo como cineasta de acción. Así nos encontramos con esos planos en constante movimiento y repletos de reencuadres que han sido tan imitados por otros directores o ese montaje frenético que, en algunos casos, puede parecer un tanto embarullado. El resultado es visualmente brillante, pero también evidencia que nos hallamos ante un largometraje que se limita a ofrecer más de lo mismo sin aportar prácticamente nada a lo ya mostrado en otras cintas de la franquicia.
Es cierto que la película logra su principal objetivo, entretener al espectador con un espectáculo trepidante, pero también que deja aroma a prolongación artificial de una historia que ya no daba para mucho más.
En el aspecto interpretativo, todos los actores cumplen con su cometido. El rol de directivo de la CIA agresivo y desagradable se ajusta como un guante a Tommy Lee Jones, mientras que Alicia Vikander convence como una agente idealista y algo ingenua. Lo mismo se puede decir de Vincent Cassel, creíble en la piel de un sanguinario agente, y un correcto Matt Damon, que ya conoce como la palma de su mano el papel de ese espía que quiere averiguar toda la verdad sobre su pasado.
En definitiva, Jason Bourne es un filme tan pensado para agradar a los seguidores de la saga que se olvida un tanto de ofrecer una obra original y se conforma con ser un producto que repite una exitosa fórmula de manera un tanto mecánica.
Crítica de Julio Vallejo Herán.
No hay comentarios
Pingback: Bitacoras.com