Una historia de superación en una infancia desprotegida, con moraleja incluida.
Que un director japonés, Kohki Hasei, profundice en una historia tailandesa y se sumerja en sus calles y sus vidas hace que el fondo no se salga de contexto, ya que el director impregna de sensibilidad la exposición del guion, haciendo mucho más humano el contenido con esa mirada que tienen los japoneses para encarar la infancia y los arraigos.
Blanka es una niña que sobrevive en las calles de Manila gracias a los pequeños robos que hace a los turistas y a pedir limosna. En su inocencia, aún no perdida, quiere ahorrar el suficiente dinero para poder comprarse una madre, alguien quien la proteja.
Manila no es lo que ella quiera para vivir, y su vía de escape será Peter, un músico ciego con el que emprende una gran aventura para salir adelante, con quien descubrirá que puede ser algo más que una pequeña ladrona, una cantante, y el significado de la palabra familia.
Kohki Hasei en su ópera prima, Blanka, se refugia en la soledad de los más débiles, en enseñarnos sus armas para sobrevivir en un mundo hostil, en mostrar en pantalla la picaresca de la infancia mal avenida, de los que viven en la calle pero por necesidad, sobre todo diferenciando con los actos quienes están porque quieren y quienes por imposición de las circunstancias.
Una historia de superación en una infancia desprotegida, con moraleja incluida, donde el dolor que llevan dentro hace sacar las garras en unas circunstancias poco favorables para los que están aprendiendo en la vida a base de golpes.
El fondo de la trama tiene un gran referente materno filial, ese que muchos buscan a cualquier precio y que no siempre es el estipulado en el sistema que tenemos. Sobre todo hay un esfuerzo natural de diferenciar el bien del mal pero sin mostrar nada excesivamente desagradable pero sí desconcertante.
Blanka tiene el encanto de los primeros trabajos de un entusiasta, su director, que quiere enfatizar en demasía lo que posiblemente el espectador ya esté captando con la sencillez de la trama y de su trasfondo.
Ese ensalzamiento de los actos es lo que refleja la fuerza que lleva el trabajo realizado, incluso con esos pequeños toques que te pueden sacar de contexto ya que uno quisiera quedarse en la naturalidad de las imágenes y no ir más allá.
Otro de los enganches de la película es la nobleza de las actuaciones, esas que son encarnadas por actores no profesionales, si no por personas conocedoras de lo subyacente en el interior de los protagonistas.
El desarrollo del guion, aunque por momentos pueda parecer previsible, tiene algunos recovecos donde se enfatizan los submundos del ser humano, donde el afán de superación se puede confundir con el egocentrismo y la avaricia.
Y ahí es donde se nota la cultura cinéfila japonesa, donde se remarca en profundidad y detalla las partes infantiles y donde se defiende a los más pequeños por encima de todo con gran tacto, dando voz alta a la personalidad de cada uno de los protagonistas infantiles, cada cual con su carisma y su identidad.