Puntuación:
Historia contada de una forma imparcial, cruda, sin juicios ni moralejas, sobre el odio y el rechazo hacia un pueblo olvidado durante décadas y décadas...
Desgarrador retrato de lo que supone la radicalización armada del individuo tanto para la gente de su entorno como para los terceros y afectados indirectamente.
No sé si es de locos vencer los instintos humanos más primitivos y degradantes como el rencor y el odio si por ello hay que aceptar la pérdida parcial de tus piernas, la identidad del responsable que lo hizo, su familia, su cultura y sus reivindicaciones en un contexto completamente ajeno a tu realidad e incluso promoverlas ejerciendo de embajador en tierra conocida, quizás no del todo.
Muchos no lo entenderán, demasiados, esos serán los que, cabizbajos, calificaran al protagonista de la siguiente historia de loco, quizá por eso el cineasta Robert Guédiguian, con la intención de abrir a debate los hechos y dar un pequeño empujón a todos esos espectadores incapaces de ver un atisbo de racionalidad en la víctima y acomplejados por ello y su falta de ¿sensibilidad?, la ha titulado así y no de otro modo, para transmitirles que su punto de vista es tan o más respetable que el opuesto, aunque para saberlo plenamente y juzgar con dureza habría que estar en su piel, sentir esa singular desgracia que años después sigue rebelándonos algo de luz e inspiración, una inspiración filtrada por Guédiguian y plasmada en este filme francés de primer nivel, titulado «Une histoire de fou«.
Nuestro protagonista es un español, periodista, de nombre José Antonio Gurriarán, escritor de «La bomba», libro autobiográfico a partir del cual se constituye la película del cineasta francés, que mezcla realidad y ficción a partir del testimonio desgarrador de Gurriarán, quien en el año 1980 fue víctima de un atentado orquestado por el ESALA (Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia), Madrid, en el que por poco pierde sus piernas.
El periodista se recompuso, perdonó a sus ‘casi’ verdugos, estudió y analizó su causa y viajó al Líbano para entrevistarse con los líderes del grupo armado. Lo que descubrió allí no fueron todo almas desalmadas y despiadadas, sino gente con nombre y apellidos a quienes el mundo entero había dado la espalda tras el Genocidio armenio acontecido al acabar la Primera Guerra Mundial, siendo Turquía la principal responsable de lo que supondría la segunda atrocidad más estudiada del siglo XX después del Holocausto judío.
Un pueblo entero que, expulsado de sus tierras y desamparado, se vio forzado a la diáspora por todo occidente sin nunca recibir explicación o reconocimiento histórico alguno.
Y es en estos elementos donde se fragua la película de Guédiguian, de padre armenio y madre alemana, aunque el cineasta haya trasladado la historia –ahora ficticia- a su Francia natal, sustituido al escritor español por un joven ciclista francófono quien está a punto de contraer matrimonio y dado un importante peso dramático a un joven de origen armenio y nacido en Francia, Aram, quien después de radicalizarse ejecuta su primera operación, explota el coche del embajador de Turquía en París y lesiona dejando parcialmente tetrapléjico al personaje mencionado anteriormente.
La madre de Aram, sintiéndose culpable y responsable de los actos de su hijo, visita al joven francés en el hospital y le pide perdón, acto crucial a partir del cual de desarrolla todo el grueso de la película.
Crítica de «Una historia de locos»
Desgarrador retrato de lo que supone la radicalización armada del individuo tanto para la gente de su entorno –principalmente familia- como para los terceros y afectados indirectamente. Historia contada de una forma imparcial, cruda, sin juicios ni moralejas, sobre el odio y el rechazo hacia un pueblo olvidado durante décadas y décadas y las consecuencias modernas de esta marginación histórica y hereditaria fomentada por gobiernos imperialistas de occidente y Turquía y su modus operandi de repartición territorial más que conocido y puesto en tela de juicio en este drama tan espiritual y reflexivo como crítico.
La película «Una historia de locos» se construye y sostiene sobre las imágenes fotográficas sin color que desempeñan la función más primaria de la imagen en el sentido de dotarla de poder mediante el símbolo identitario y de transmisión visual de unas figuras icónicas –mártires-, unos ideales y unos anhelos atemporales para unos jóvenes desorientados en una latente globalización de la que sus raíces y cultura familiar no forman parte, siendo relegadas a un plano casi sectario en una ciudad grande como Marsella.
Todo ello perfectamente conducido por unos intérpretes genuinos entre los que destacan la veterana Ariane Ascaride, Syrius Shahidi, Simon Abkarian y por supuesto Grégoire Leprince-Ringuet en el papel de víctima redentora, y amenizado con una escenografía calculada, una fotografía destacable y un guión sin parches ni remiendos.
Sin duda una de las propuestas francesas a tener más en cuenta de estos últimos años.