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El director canadiense Denis Villeneuve ofrece un producto de cuidada estética que pretende ser una sólida secuela del clásico de Ridley Scott, pero se queda en una voluntariosa segunda parte más aparente que certera.
Hacer una continuación de una película de culto tiene sus peligros, especialmente si es un referente cinematográfico de las últimas décadas del siglo XX y las primeras del segundo milenio. Si el largometraje en cuestión se titula Blade Runner, el riesgo de no alcanzar al modelo es alto. Blade Runner 2049, tardía secuela de aquel título estrenado en 1982, pretende igualar la magia del original con guiños a su predecesora, la aparición de algunos personajes presentes en aquélla y un cuidado envoltorio visual que quiere captar la esencia de la película de Ridley Scott, adaptación libre de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la novela de Philip K. Dick.
Crítica de Blade Runner 2049
El realizador Denis Villeneuve, prestigioso autor de La llegada y Enemy, ofrece una obra cuidada en el aspecto visual y parece obsesionado con estar a la altura del clásico, revisando gran parte de los temas existenciales que trataba la obra de Scott, que aquí asume el papel de productor, pero se queda en una continuación que solamente destaca en el apartado visual, aunque tampoco deslumbre. La estética de neones, lluvia constante y aspecto postapocalíptico ha dejado de impresionar en las décadas que separan las dos películas. Es cierto que mantiene algo de su atractivo, pero ya no es novedosa a fuerza de utilizarse una y otra vez en producciones de todo tipo.
Las reflexiones existenciales sobre la vida artificial y la existencia humana quedan como diatribas altisonantes que nunca alcanzan los mejores momentos de su referente. No hay, a este respecto, ningún monólogo que logre la intensidad del poético discurso final del replicante Roy Batty en la cinta estrenada hace más de tres décadas.
Por otra parte, la trama resulta demasiado pendiente del original. Otra vez nos volvemos a encontrar con un cazador de replicantes que comienza a hacerse preguntas sobre su pasado y el sentido de la vida mientras investiga un caso que entronca con el primer filme. Ryan Gosling, encargado de ponerse en la piel del protagonista, resulta demasiado frío para lograr que sus particulares dramas de identidad calen en el espectador, mientras que Harrison Ford, encargado de dar vida a un avejentado Deckard, tiene un protagonismo secundario, casi como si fuera un mero gancho para ganarse a los fans del original.
A todo ello hay que añadir un guion que se pierde en tramas secundarias y con abundancia de personajes meramente anecdóticos que otorgan al conjunto un tono algo deslavazado, más propio de un episodio piloto de una serie que de un largometraje más o menos independiente.
Blade Runner 2049 se convierte así en una secuela vistosa que, sin embargo, no alcanza la altura del original a pesar de usar casi los mismos elementos. El resultado es una película grandilocuente, premiosa y superficialmente brillante.
Quizá lo más sorprendente sea comprobar que esta continuación guarda curiosos parecidos con Incendies, una obra del director canadiense bastante más realista que esta cinta de ciencia-ficción. Ambas, como gran parte de la filmografía del director, parecen interesadas en ahondar en la identidad y los orígenes de sus atormentados personajes.
Crítica de Julio Vallejo Herán