Puntuación:
La continuación de la película dirigida por Guillermo del Toro se decanta por otorgar al conjunto un tono más cómico y juvenil que su predecesora.
Pacific Rim se convirtió en una rara avis de la ciencia-ficción del siglo XXI. Guillermo del Toro combinó de una manera peculiar los elementos del kaiju japonés, el blockbuster de acción más espectacular en la línea de la franquicia Transformers y la particular tendencia al melodrama del cineasta mexicano.
Pacific Rim: Insurrección, su secuela, decide distanciarse en algunos aspectos de su antecesora. La novedad principal quizá sea que el director y sus guionistas han preferido darle un cariz más adolescente. La mayoría del reparto es sensiblemente más joven y la cinta se decanta en un primer momento por un tono desenfadado y cómico. La elección de dos protagonistas al margen de la ley o el tono casi cuartelero del comienzo nos sitúan ante un producto que quiere entretener sin demasiadas pretensiones.
Sin embargo, la algo forzada aparición de las primeras y espectaculares peleas impide que se desarrollen los personajes mínimamente y la película parece un tanto perdida entre sus deseos de ofrecer algo distinto y el espectáculo de acción digital más convencional. Lástima que se opte por primar casi exclusivamente por la sucesión de luchas entre robots y monstruos gigantescos.
Los aspectos más humanos, como la relación amorosa entre los tres protagonistas o las disidencias entre algunos de los cadetes que aprenden cómo manejar las inmensas máquinas, quedan solamente esbozadas. Por otra parte, los momentos humorísticos producen vergüenza ajena, especialmente aquellos protagonizados por dos doctores locos al borde de un ataque de nervios.
Quizá lo más positivo de Pacific Rim: Insurrección sea una estupenda Cailee Spaeny, perfecta como esa adolescente rebelde y experta en robótica. Por el contrario, Burn Gorman y Charlie Day ofrecen dos recitales de histrionismo desatado en unos papeles de científicos lumbreras. Tampoco la labor de Steven S. DeKnight, responsable de episodios de series de televisión como Daredevil y Smallville, va más allá del mero trabajo de artesano que cumple sin florituras con lo que se espera de él.