Puntuación:
Jim Jarmusch ofrece en Los muertos no mueren una película de terror y humor muy deslavazada que no alcanza en ningún momento la altura de sus mejores trabajos.
El director estadounidense Jim Jarmusch se ha ocupado a lo largo de su carrera de revisar desde un punto de vista muy personal los géneros del séptimo arte. Así encontramos particulares relecturas del western (Dead Man), el cine de samuráis (Ghost Dog) o las películas con vampiros (Solamente los amantes sobreviven). En todas ellas ha intentado trascender los lugares comunes de cada tipo de largometraje para ofrecer un punto de vista distinto al habitual. Los muertos no mueren, su singular acercamiento a los filmes de zombis, carece precisamente de la ambición de sus antecedentes más directos.

Jarmusch imprime, eso sí, su sello cinematográfico. Así nos encontramos con el habitual humor minimalista, una narración donde los tiempos muertos se convierten en rasgos de estilo y parte de sus actores, especialmente Adam Driver y Bill Murray, hacen gala de un hieratismo facial cercano al de Buster Keaton o al de los protagonista de las cintas del finlandés Aki Kaurismäki, cineasta con el que comparte estilo e influencias. Hay también guiños a algunas de sus obras a través de las charlas entorno a una taza de café, que nos remiten a la simpática Coffee and Cigarettes, o la inclusión de una curiosa samurái fuera de contexto, en el que quizá sea una referencia a la citada Ghost Dog. Todo ello adornado con actores habituales de las películas de Jarmusch como Iggy Pop, Tom Waits o Tilda Swinton.

Sin embargo, a pesar de la evidente huella como autor del norteamericano, Los muertos no mueren dista mucho de ser una obra significativa dentro de la obra del firmante de Mystery Train. El realizador puebla esta historia acerca de una pequeña localidad donde comienzan a revivir los fallecidos a causa de las consecuencias del fracking polar de críticas a la política de Trump y el consumismo feroz, y de referencias a otras películas del género y alusiones metacinematográficas, pero lo hace de una forma muy superficial y obvia, subrayando en muchas ocasiones sus pretensiones con los diálogos.

El resultado es una película autoindulgente, aburrida, deslavazada y carente de interés para todos aquellos que no sean seguidores de la carrera de Jarmusch. Es una lástima que nos encontremos ante su peor trabajo después de haber saboreado la maravillosa Paterson, un largometraje que se encuentra entre los mejores obras que ha dado el cine durante esta segunda década del siglo XXI.