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El largometraje, producido por Guillermo del Toro, reúne todos los lugares comunes del género, pero destaca por la habilidad de André Øvredal para crear atmósferas malsanas.
Historias de miedo para contar en la oscuridad nació como una particular reunión de relatos de terror que se han trasmitido de manera fundamentalmente oral y que formaban parte del folclore. El éxito de la propuesta llevó a Alvin Schwartz, compilador de los volumen, a prolongar su propuesta en tres entregas que se han convertido en un clásico de la literatura juvenil, especialmente en Estados Unidos. Uno de sus fans es Guillermo del Toro, que ha impulsado su adaptación cinematográfica, participando en la producción y el guion, pero dejando la tarea de a dirección en André Øvredal, autor de la estupenda La autopsia de Jane Doe.

En lugar de optar por el filme de episodios, sus responsables han decidido integrar algunas narraciones recogidas en los libros en una historia más o menos unitaria. Así nos encontramos a un grupo de adolescentes poco populares que ven cómo su vida cambia cuando entran en una misteriosa mansión maldita y deciden tomar prestado un libro de cuentos. Al poco tiempo, ellos se convertirán en sus inesperados protagonistas.
Los guionistas no eluden los lugares comunes del terror. Así nos encontramos con una pandilla de chavales más o menos inadaptados, a la manera de los perdedores de It, y un ser movido por la ira que no teme en infringir dolor a los demás. A todo ello hay que añadir la huella de Guillermo del Toro, presente en el carácter melodramático y gótico de la trama, y la inclusión de un espalda mojada entre los protagonistas.

No obstante, el libreto acaba siendo quizá lo más frágil de Historias de miedo para no dormir. Los personajes no acaban de estar suficientemente perfilados y resultan obvias sus intenciones políticas al trazar conexiones entre la época en la que está ambientada el filme, los Estados Unidos de los últimos años sesenta, y la etapa actual. Parece como si los responsables quisieran mostrar que lo ocurrió con el presidente Nixon, una evidente derechización de la sociedad norteamericana, se estuviera repitiéndose con Donald Trump.
Sin embargo, la película consigue mantenerse a flote gracias a la labor de Øvredal. El director noruego consigue que los momentos de terror provoquen verdadero desasosiego. En la mayoría de las ocasiones huye del susto fácil para primar la atmósfera y el suspense. Solamente por ese hecho ya merece pena ver este simpático e imperfecto largometraje de terror juvenil.

Es cierto que creo muchas expectativas ya que le dieron mucha publicidad en su día, pero fueron más las expectativas que lo que realmente es, aun así, la película es entretenida y no está mal.
Me sobro lo de la política que comentas, al igual que saber que su madre la abandono, y no me convenció el final.
Pero en líneas generales está bien.