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Richard Billiigham ofrece en su ópera prima en el largometraje un retrato inmisericorde de su familia que supone una prolongación de su obra como fotógrafo.
Richard Billigham ganó fama internacional con la serie de retratos titulada Ray’s Laugh, donde mostraba a su padre alcohólico y a su madre obesa en medio de un entorno degradado.
En su ópera prima como director de largometrajes, Ray & Liz, el artista británico realiza una particular continuación de esa obra. Si en aquella nos enseñaba a sus progenitores en la vejez, aquí nos los retrata cuando se encontraban en la mediana edad y convivían con él y su hermano. Lo hace a través de la ficción y utilizando como punto de partida la vida de reclusión de un padre que vive durmiendo, bebiendo alcohol y escuchando la radio.
La trayectoria como fotógrafo de Billingham se deja sentir en la película. Parece que nos encontremos en una suerte de retratos en movimiento más que en una cinta más o menos tradicional.
El artista británico plasma la degradación humana y material no solamente a través de los diálogos, sino también a través de unas acciones brutales que ponen de manifiesto hasta qué punto puede caer bajo el ser humano y las malas formas que pueden regir las vidas de unos individuos unidos por los vínculos de sangre. En este ambiente depauperado tienen importancia los personajes humanos, pero también el sucio y raído decorado en el que se mueven los protagonistas.
El cineasta saca partido de un grupo de actores que logran mantener un difícil equilibrio entre la contención y el desmelene melodramático a pesar de encontrarnos ante unos personajes extremos. A diferencia de Ken Loach y otros representantes del realismo cinematográfico británico, no hay ningún mensaje político más o menos explícito que convierta la película en un mero panfleto. Lo que sí existe es un cierto cariño por los menores de la familia, el mismo autor y su hermano en su niñez, víctimas de una situación que parece no tener salida.
Quizá se le pueda reprochar que Billigham opte por la estampa más que por la narración, pero no la verdad y la crudeza de un retrato familiar que, a pesar de la dura situación que dibuja nunca cae en el tremendismo fácil.