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Notable drama acerca de aquellos republicanos que se escondieron en sus casas durante el franquismo para evitar represalias de las autoridades.
La vida de los denominados topos, aquellos republicanos que se ocultaron en sus casas para evitar las represalias franquistas, ha sido un asunto que se ha abordado de manera ocasional en el cine español antes del estreno de La trinchera infinita.
El primero en hacerlo fue el director Alfonso Ungría en la curiosa El hombre oculto, mientras que Fernando Fernán Gómez trató el problema de la salida de los escondites de estos particulares presos en Mambrú se fue a la guerra, y José Luis Cuerda, en su adaptación de la novela Los girasoles ciegos, hizo lo propio centrándose en la vida familiar de estos individuos durante su encierro.
Dentro de este subgénero destaca 30 años de oscuridad, documental sobre el denominado topo de Mijas. El realizador Manuel H. Marín mezclaba las habituales declaraciones de expertos y familiares del protagonista con recreaciones animadas del sucesos en realidad.
Los directores Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga han utilizado como base esa cinta para crear La trinchera infinita, un largometraje que se nutre de hechos reales para ficcionalizarlos sin ser necesariamente una adaptación fidedigna de su fuente de inspiración. El resultado es un drama claustrofóbico, que sin obviar el contexto histórico y los más que evidentes elementos locales, logra ser universal.
El trío de cineastas consigue plasmar el malestar de un hombre que se autoimpuso un arresto domiciliario para salvar la vida. A través de un atinado guion y la creación de una atmósfera enrarecida, los autores del largometraje nos hace participes del miedo a ser descubierto y la imposibilidad de participar activamente en la vida de sus seres queridos a pesar de tenerlos cerca. Unos temores que se extienden a una familia que se encuentra también encarcelada en su hogar, aunque puedan salir de su casa y vivir una existencia aparentemente normal.
Por otra parte, nos enseña cómo el amor de pareja y el de aquellos que comparten lazos familiares se ven resentidos por una situación extendida durante décadas. Lo mismo se puede decir del topo, que observa cómo sus convicciones políticas flaquean ante el mero instinto de supervivencia. De igual manera, la película refleja el rencor entre enemigos que permanece durante décadas hasta enquistarse.
Entre los numerosos hallazgos de La trinchera infinita figura la inclusión irónica de definiciones sobre determinados aspectos que aborda la película que funcionan a manera de capítulos o la acertada inserción de canciones y referencias históricas que ayudan al espectador a situarse entre las numerosas elipsis.
No obstante, el gran acierto se encuentra en la dirección de actores. Antonio de la Torre aporta la desesperanza y fuerza al topo protagonista, mientras que Belén Cuesta imprime la desazón necesaria a una mujer que va imponiéndose a su esposo y convirtiéndose en la gran heroína de la función.
Quizá ciertas reiteraciones y algún episodio innecesario, que sirve para subrayar la intolerancia del régimen fascista, desluzcan un tanto el conjunto, aunque no impidan que nos encontremos ante una de las mejores películas españolas del año que atesora un maravilloso plano final que resume perfectamente lo que fue la Transición y las denominadas dos Españas.
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