La tercera jornada de la Muestra Syfy fue irregular. Junto a la estimable The Lodge y la curiosa El color que cayó del cielo se exhibieron la efectista The Cleansing Hour y Rabid, el innecesario remake de Rabia.
The Lodge
Los directores Severin Fiala y Veronika Franz demostraron su gusto por las atmósferas malsanas y los problemas psicológicos en la irregular Goodnight Mommy, una película que dejaba patente su deuda con una obra de la envergadura de El otro, el clásico de Robert Mulligan. En The Lodge, la infancia y la maternidad vuelven a estar presentes, aunque en esta ocasión la cinta sea más sutil que en su precedente. Dos niños que han perdido a su madre y la nueva pareja de su padre se quedan aislados por la nieve en una casa de campo. Allí saldrán a la luz la animadversión de los pequeños por su cuidadora y los problemas psicológicos de ésta, marcada por una experiencia traumática en la infancia. La pareja de realizadores ofrece una película de terror cocinado a fuego lento que destaca por la elegancia de su realización, su ambiente malsano y la espléndida interpretación de los actores infantiles y una perfecta Riley Keough, que encarna sin aspavientos a una mujer trastornada. El filme se encuentra más cerca del terror gótico de Suspense o Los otros que del efectismo de la mayoría de las producciones actuales.
El color que cayó del cielo
Richard Stanley es uno de esos directores que han recibido la denominación de malditos. Después de dos largometrajes de culto, como Hardware, programado para matar y El demonio del desierto, el norteamericano se convirtió en un apestado en Hollywood cuando fue sustituido por John Frankenheimer en el remake de La isla del Doctor Moreau. El color que cayó del cielo. versión del relato de H,P. Lovecraft, es su vuelta al largometraje de ficción después de años que ha participado en proyectos colectivos o documentales. El resultado es una película que parece de otro tiempo. Desde los efectos especiales, realizados por la compañía española USER T38, hasta el argumento, una familia que se enfrentan a una amenaza que escapa a la lógica, recuerdan a las viejos largometrajes de ciencia-ficción de los ochenta. En algún momento parece un extraño cruce entre Poltergeist y La cosa de John Carpenter, pero sin alcanzar a sus evidentes referentes. No es una cinta del todo desdeñable, aunque tampoco aporte demasiado al género. Por otra parte, el histrionismo desbocado de Nicolas Cage, que encarna al progenitor del clan, convierte por momentos la película en una parodia de sí misma.
The Cleansing Hour
Hay películas que solamente tienen razón de ser en medio de un festival donde el público disfruta con su excesos y su falta de vergüenza. Es el caso de The Cleansing Room. Damien Lebeck toma como base su corto homónimo para contarnos la historia de un programa de exorcismo por Internet que se ha convertido en un verdadero éxito. La mayoría de ellos son fraudes, pero, como ocurre casi siempre con aquellos que juegan con fuego, se acaban quemando. La producción combina los mil y un clichés que hemos visto en cientos de filmes desde El exorcista y los combina con elementos de comedia negra. La mezcla no es ni excesivamente original ni especialmente memorable, pero cumple como entretenimiento efectista.
Rabid
Rabia quizá no sea la mejor película de David Cronenberg, pero dejaba ya entrever algunos de sus rasgos de estilo. Su tono enfermizo y sucio, tan propio de los largometrajes de bajo presupuesto de los setenta, permanece inalterable en este siglo XXI, a pesar de tratarse de un trabajo irregular e imperfecta. Su remake tiene un mismo punto de partida: una mujer sufre un accidente de coche que desfigura su rostro y se somete a una cirugía que podría arreglar su cara, aunque a un alto precio. La pareja de cineastas ambienta su versión en el mundo de la moda y otorga al conjunto una estética de videoclip o anuncio publicitario ochentero. Por otra parte, pretenden homenajear a su modelo planteando un trabajo que podría encuadrarse dentro de aquellas teorías de la nueva carne de la que Cronenberg fue uno de los máximos representantes. El conjunto, sin embargo, carece de verdadera personalidad y fuerza. A todo ello hay que añadir explicaciones excesivas y algún momento involuntariamente hilarante.