Puntuaciön
Original pesadilla sobre la vida en los suburbios con unos estupendos Imogen Poots y Jesse Eisenberg.
Los escritores Raymond Carver y John Cheever se convirtieron en dos perfectos retratistas de las miserias que se esconden en esas urbanizaciones de clase media que se encuentran fuera del núcleo de las grandes ciudades.
Algo del espíritu de estos grandes de la literatura norteamericana se encuentra en Vivarium, aunque el director Lorcan Finnegan huya del realismo de los estadounidenses para sumergirse en una parábola con toques de terror y ciencia-ficción que remite a las narraciones de Franz Kafka.
El filme sigue los pasos de una joven pareja que busca una casa para vivir juntos y acude a una inmobiliaria. Después de visitar el que podría ser su supuesto hogar con un extraño agente, quedan atrapados en un lugar poblado de casas idénticas del que no pueden escapar.
A través de los elementos propios del cine de género, el realizador arma una pesadilla sobre lo que puede convertirse la vida de pareja cuando se asumen algunas de las convenciones sociales acerca de la familia y los hijos.
El clan feliz que aparece en la publicidad de la zona residencial a la que acuden poco se parece a la realidad que acaban viviendo.
El sinsentido de la vida, la rutina y la falta de nuevos estímulos contrastan la perfección aparente de esos chalets superficialmente ideales que ocultan el vacío existencial y el hastío.
Finnegan construye una película con excelentes ideas que, sin embargo, no siempre están desarrolladas de manera adecuada. Parece como si de tanto estirarlas muchas de ellas perdieran parte de su efectividad.
No obstante, a pesar de encontrarnos ante una obra que está lejos de ser perfecta, cabe destacar la originalidad de la propuesta, su deseo de huir de los caminos más trillados del género y la buena dirección de actores, especialmente de Imogen Poots y Jesse Eisenberg, que dan vida sin aspavientos innecesarios a esos tortolitos que verán como sus esperanzas se convierten en un mal sueño.