Puntuación:
Una cinta que aúna referentes pretéritos en un conjunto tan entretenido como poco original.
La nostalgia por el cine de género de los años ochenta se ha convertido en casi un subgénero en las primeras décadas del segundo milenio. Las cintas de ciencia-ficción y terror dirigidas al público infantil y juvenil de aquella época son el modelo que intentan recrear algunos directores actuales. Hay en muchos de ellos la huella de un cineasta del calibre de Steven Spielberg, las producciones Amblin o directores como Joe Dante, John Landis, o Robert Zemeckis.
Madre oscura, la cinta de Brett y Drew T. Pierce, evidencia su deuda con ese cine. La premisa se parece en parte a la de un clásico como Noche de miedo: un chico cree que su vecina está poseída por el espíritu de una hechicera e intentará investigar por su cuenta. Aquí el vampirismo se sustituye por la brujería, pero la huella de Tom Holland es más que evidente.
También lo es la huella de John Hughes en la historia de amor inocente entre él y una joven, o la del propio Spielberg, tan dado a ambientar sus cintas de hace cuatro décadas en urbanizaciones de clase media con padres que pasan por un siempre traumático divorcio.
La pareja de realizadores demuestra respeto por sus referentes, aunque nunca logre alcanzarlos y mucho menos superarlos. Solamente algunos originales giros finales dan algo de personalidad a una cinta simpática que se encuentra un tanto esclava de su carácter de homenaje sinceros y los sustos efectistas.
A pesar de ello, la película se ve con agrado gracias al buen trabajo de sus dos jóvenes intérpretes, John-Paul Howard y Piper Curda, y la falta de pretensiones de un producto que logra lo que se propone: entretener.