Puntuación:
Agradable e intrascendente comedia que reúne casi todos los lugares comunes del cine de Woody Allen.
La carrera como director de Woody Allen en las últimas dos décadas se ha convertido en una sucesión de obras más o menos menores que reutilizan temas y obsesiones que el cineasta ha tratado con anterioridad y de manera más certera. Rifkin’s Festival no es una excepción.
La película es un particular refrito donde se dan temas tan queridos por el autor de Manhattan como la crisis de pareja, el amor entre un hombre mayor y una mujer mucho más joven, la crítica a la pedantería de los intelectuales, el psicoanálisis, la literatura rusa y el amor por las películas de los grandes autores del séptimo arte. Todo ello aliñado, como ocurre en gran parte de sus largometrajes ambientados en ciudades europeas, con unas cuantas postales turísticas de la población en cuestión, en este caso San Sebastián.
No obstante, a pesar de encontrarnos ante un trabajo poco novedoso y por debajo de sus obras maestras, Rifkin’s Festival funciona como agradable entretenimiento.
El veterano Wallace Shawn, en el tradicional álter ego de Woody Allen, imprime ternura y gracia a ese hombre mayor que observa cómo su esposa se aleja de él para enamorarse de un cineasta esnob, mientras que él se enamora de una doctora mucho más joven, a la que da vida una adorable Elena Anaya. Por el contrario, Louis Garrell, tan inexpresivo como siempre, vuelve a demostrar que es uno de los peores actores del star-system europeo en el rol de un cineasta pretencioso que flirtea con la esposa de la protagonista, encarnada por una todavía sexy Gina Gershon.
El entorno del Festival de San Sebastián permite que el realizador homenajee con tono humorístico y bastante acierto momentos clave de obras del calibre de Ciudadano Kane, El séptimo sello, Persona, Jules y Jim, Al final de la escapada, Fresas salvajes o Un hombre y una mujer, entre otras.
Como es habitual, Allen vuelve a dejar patente su talento con algunos diálogos brillantes y situaciones divertidas, pero sin alcanzar la altura de sus mejores cintas de los años setenta y noventa.