¿Puede un pecador reconocido por la sociedad ser el guardián de las esencias de algunos de los principales valores cristianos? Esa es la pregunta que parece formularnos Corpus Christi, el largometraje polaco dirigido por Jan Komasa.

La cinta sigue los pasos de un recluso que sale del reformatorio para acudir a un pequeño pueblo donde el aserradero es la principal industria. Allí se hará pasar por sacerdote para sustituir al cura del pueblo y descubrirá los problemas de una comunidad afligida por un terrible accidente.
Komasa aprovecha la trama para hablarnos del perdón y la falsa moral a través de un protagonista que dista mucho de ser un santo, pero que se debate entre una extraña mística y su particular gusto por los placeres terrenales.

Su curiosa posición provocará que se aleje de las formas establecidas por la Iglesia para ir a la esencia. Será entonces cuando pondrá de manifiesto que el supuesto pueblo devoto no lo es tanto y vive corroído por el resentimiento y un comportamiento religioso más superficial que profundo.
Komasa no pretende criticar el cristianismo, pero si las maneras no siempre adecuadas en las que se aplica, que muchas veces van en contra de su propio espíritu. Por otra parte, crea un estupendo protagonista, que parece atrapado en sus propias contradicciones y al que la sociedad no perdona sus fechorías juveniles.

No obstante, como se oye decir en un sermón a un religioso amigo del protagonista, el largometraje parece defender que «todos somos curas de Cristo» y, por tanto, responsables de difundir su mensaje, aunque no se limite a meras palabras sino a nuestras acciones.
A pesar de encontrarnos ante una película notable, Corpus Christi no impactaría tanto sin el excelente trabajo de Bartosz Bielenia, dueño de una poderosa mirada que refleja el misticismo que alberga un personaje que, en ocasiones, deja salir su lado más oscuro y violento.