El director británico Alfred Hitchcock creó con Rebeca uno de los grandes melodramas góticos del séptimo arte. Basada en la novela homónima de Daphne Du Maurier, el mago de suspense ofreció una enfermiza película sobre una joven y tímida esposa que tiene que hacer frente a la presencia fantasmal de la primera conjugue de su marido, fallecida en extrañas circunstancias, dentro del inmenso castillo donde ella vivió y con la presencia de la ama de llaves que le era enfermizamente fiel. El británico construyó una extraña atmósfera, propia de un filme de terror, y logró que un personaje que no tenía presencia física en pantalla se adueñara completamente de ella.

El remake de esta obra maestra era un desafío teniendo en cuenta el prestigio del precedente. El elegido para aceptar la particular gesta ha sido Ben Wheatley, autor de dos inquietantes filmes de culto como Turistas y High Rise. No obstante, en el resultado final parece haber influido un tanto el particular toque de la productora Working Title, especializado en filmes románticos.
La nueva versión, distribuida mundialmente a través de la plataforma Netflix, opta por otorgar al conjunto un inequívoco halo de novela rosa. Los vivos colores de la fotografía y un nuevo enfoque, que prima el amor de la joven por su esposo antes que la presencia ominosa de la que fuera su consorte muerta, dejan patente que nos encontramos ante una obra muy distinta, aunque partan de un mismo material de base.

Sin embargo, la cinta tampoco acaba de llevar a sus últimas consecuencias su planteamiento, ofreciendo una película plana que se encuentra muy lejos de la perfección del largometraje de Hitchcock. Todo está rodado con la plana pulcritud de un telefilme caro.
Por otra parte, el guion tampoco ayuda, especialmente al restar protagonismo a la señora Danvers, la particular ama de llaves a la que aquí da vida una involuntariamente paródica Kristin Scott-Thomas, y no lograr que la inmaterial presencia de Rebeca sea realmente una amenaza. La película nunca resulta inquietante, aunque el director inserte unas innecesarias secuencias oníricas cercanas al cine de terror.

Tampoco ayuda un reparto muy desigual. A la citada Scott Thomas, ridícula en el papel que engrandeciera Judith Anderson, se une el hierático trabajo de Armie Hammer, incapaz de igualar la presencia de Laurence Olivier como misterioso esposo, o Sam Riley, que encarna sin demasiada convicción el rol de amante de Rebeca que diera vida el siempre inquietante George Sanders en el filme original. Solamente Lily James convence como la ingenua y vulnerable Mrs. de Winter, aunque su labor palidezca ante la espléndida interpretación de Joan Fontaine en el clásico de 1940.