La carrera de Robert De Niro se ha decantado por la comedia en las últimas décadas. Éxitos como Una terapia peligrosa o la trilogía iniciada con Los padres de ella han convertido al intérprete fetiche de Martin Scorsese en una apuesta más o menos segura en productos de humor poco sutil, donde el protagonista de Toro salvaje suele recurrir al histrionismo más desaforado y la repetición de la mismas muecas. En guerra con mi abuelo es otro eslabón más dentro de la etapa menos memorable de una de las estrellas más relumbrantes del Hollywood de los setenta, ochenta y noventa.
La película de Tim Hill, director de títulos para todos los públicos como Alvin y las ardillas y Garfield 2, parte de una premisa sencilla: un abuelo llega a la casa de su hija después de la muerte de su esposa y ocupa el dormitorio de su nieto, que decide declararle la guerra por tal motivo. Este punto de partida es la excusa para una serie de sketches que se suceden sin ningún tipo de progresión y funcionan por acumulación.
Por si fuera poco, estos momentos cómicos no son excesivamente brillantes en su mayoría y se suceden de manera muy poco ágil. Como suele ser habitual en los productos familiares, todo está regado con unas dosis de sentimentalismo barato tan habitual en este tipo de cintas.
La película tampoco destaca en el plano visual, que parece más propia de un episodio caro de una telecomedia que de una producción para la pantalla.
En el apartado interpretativo solamente destaca Oakes Begley, simpático como el nieto que tiene que enfrentarse a su abuelo. No se puede decir lo mismo de Robert De Niro, que repite de nuevo todas sus gestos característicos en el papel de patriarca, o una despistada Uma Thurman, que da vida a la hija y madre de los dos protagonistas.
En definitiva, En guerra con mi abuelo es una comedia de usar y tirar que deja poco poso después de ser consumida.