Una enfermedad terminal o degenerativa es siempre un problema dentro de la familia. Por un lado, existe el drama de ese individuo que va viendo mermadas sus capacidades físicas e intelectuales y, por otro, el de la persona que le cuida, obligada a una serie de renuncias vitales y presa de sentimientos contradictorios respecto a la persona de la que tiene que encargarse.
El padre, premiadísima obra de teatro del francés Florian Zeller que él mismo se ha encargado de trasladar al cine con la ayuda del guionista Christopher Hampton, recoge de manera muy precisa esta terrible situación.
Aquí nos encontramos con una hija que tiene que cuidar a su padre, un enfermo de una terrible demencia que le hace confundir en ocasiones a las personas que le rodean.
Zeller acierta al utilizar los recursos cinematográficos para recrear el mundo caótico de un anciano mordaz que se ve sumido en un particular laberinto del que es incapaz de salir.
La película nos permite entrar dentro de su cerebro para compartir lo que ve y permite que seamos testigos de cómo las barreras de espacio y tiempo que suelen estar bien definidas en un individuo sano se rompen cuando hablamos de enfermedades como la demencia y el Alzheimer.
Al mismo tiempo, la cinta refleja el particular conflicto de los cuidadores familiares, obligados a renunciar a parte de su vida profesional y familiar para hacerse cargo de las necesidades de sus mayores. Los sentimientos hacia el familiar que cuidan suele reflejar cariño, pero también rabia y, en ocasiones, hasta odio.
En resumen, El padre acierta en el retrato de la situación de la relación entre ancianos y cuidadores respetando el origen teatral del guion, pero aportando las posibilidades visuales del cine recreando el universo entre real e imaginado del enfermo, y dándole forma de extraño thriller.
No obstante, el largometraje no alcanzaría la excelencia sin el magnífico trabajo de Anthony Hopkins y Olivia Colman, que logran encarnar sin excesos a la pareja de padre e hija.
El primero interpreta de manera perfectamente equilibrada a un hombre mayor inteligente e irónico que no acaba de asumir su enfermedad, mientras que la segunda deja patente con sus gestos la resignación y la tristeza a la que se ven abocados muchos familiares que tienen que cubrir las necesidades de aquellos progenitores que ya no pueden valerse por sí mismos.