Subyace en Bajocero el espíritu del viejo cine negro de serie B que practicaran Richard Fleischer o Robert Siodmak en el Hollywood de los años cuarenta y cincuenta. Quizá no alcance la altura de sus modelos, pero supone una buena puesta al día que se beneficia de una excelente dirección de Lluís Quílez, que imprime la necesaria tensión, y un guion sencillo y efectivo que el propio realizador ha escrito junto a Fernando Navarro.

Uno de los grandes méritos de la película, que se ha estrenado directamente en la plataforma Netflix, es la habilidad con la que perfila a sus muchos personajes de manera rápida y efectiva. Los responsables del filme quieren que sus protagonistas se definan más por sus acciones que por aquello que han hecho en su pasado y los describen inicialmente con acertados brochazos.
A ello hay que añadir la buena labor de todos los actores, desde un sobrio Javier Gutiérrez, que da vida a ese agente de la ley que conduce el furgón que traslada a presos que resulta asaltado, hasta el grupo de convictos que encarnan unos estupendos Luis Callejo, Andrés Gertrúdix, Isak Férriz, Édgar Vittorino , Miquel Gelabert o Patrick Criado. Lo mismo se puede decir de un estremecedor Karra Elejalde, en la piel del atormentado asaltante del convoy.

Sin duda, se agradece que la película no solamente opte por la acción, sino que se sostenga sobre las débiles alianzas que establecen los personajes y logre crear una atmósfera malsana, especialmente lograda en los momentos del encierro en el furgón o las heladoras escenas nocturnas.
Quizá haya que reprocharle que la cinta se alargue un tanto y el guion se tome algunas licencias, pero eso no impide que Bajocero sea un buen thriller.
