Puntuación:
Jigsaw deja su espacio a un imitador en una entrega que se escora hacía el thriller con psicópata de los noventa y rebaja un tanto el habitual tono gore.
Saw nació como una película de bajo presupuesto que mezclaba el thriller de psicópatas con el torture porn habitual en el cine de terror más underground. La apuesta fue todo un éxito y la fórmula se repitió en sus secuelas, eliminando poco a poco los elementos más propios del suspense para convertirse en una sucesión de momentos sanguinolientos con las habituales adivinanzas propias de Jigsaw, el asesino en cuestión.

Spiral: Saw reinicia la franquicia como si fuera un policíaco de los noventa en la estela Seven, aunque aliñado con las dosis de tortura y sadismo habituales. En esta ocasión, nos encontramos con un misterioso asesino que va acabando poco a poco con los agentes de una comisaría donde reina la corrupción. Precisamente, el encargado de la investigación es un tipo que ha luchado por limpiar el cuerpo.
El director Darren Lynn Bousman, que ya firmara las partes segunda, tercera y cuarta de la popular serie de largometrajes, vuelve a imprimir su particular sello: estética propia de las producciones televisivas o de los largometrajes de serie B de hace tres décadas . Todo ello en un guion lleno de tópicos y los habituales giros que, no obstante, se sitúa por encima de la mayoría de las secuelas del original, que habían caído en la más pura rutina sanguinolienta.

En el apartado interpretativo, Chris Rock se limita a regalarnos un permanente rostro de enfado en la piel del policía que se encarga de investigar el caso y Max Minghella ejecuta a la perfección el personaje de típico agente inexperto, aunque aquí esconda algún secreto bajo la manga. Por su parte, Samuel L. Jackson disfruta en el papel de viejo poli que no parece del todo satisfecho con el trabajo de su hijo.
En resumen, Spiral: Saw hace buena la máxima del gatopardismo: que todo cambie para que todo siga igual.