Puntuación:
Simpática cinta de horror que logra su propósito de entretener, aunque estemos lejos de su principal modelo: 'Cube', de Vicenzo Natali.
Hubo un tiempo en el que las películas de terror de bajo presupuesto y premisas simples poblaron los programas dobles de los cines de barrio y los estantes de los extintos videoclubs. Ahora parecen ser carne de las plataformas digitales, siempre deseosas de ampliar su catálogo con poca inversión. No obstante, como ocurre con El tubo, todavía llegan a la gran pantalla algunas de ellas.

Mathiu Turi, responsable de Hostile y ayudante de dirección de Clint Eastwood o Woody Allen, ofrece con su segundo largometraje un producto tan simpático como limitado. El punto de partida es sencillo: una mujer que quiere suicidarse tras perder a su hija se ve atrapada en un extraño laberinto donde tendrá que enfrentar a mortales pruebas mientras busca la salida.
El cineasta francés logra imprimir un ambiente agobiante y claustrofóbico a una trama que roza lo elemental en más de una ocasión, pero consigue superar el aprobado gracias a la estupenda interpretación de su protagonista, Gaia Weiss (la serie de televisión Vikingos), y a una muy eficaz utilización de la banda sonora que crea esa atmósfera enfermiza que la cinta necesita.

Aunque el largometraje logra su noble propósito de entretener, no consigue trascender más allá del mero producto, aunque el director lo pretenda con un final un tanto que podría tener connotaciones religiosas, aunque también se podría interpretar de una manera más rocambolesca. Por otra parte, en su intento de llegar a la hora y media de duración, el realizador cae en algunas reiteraciones innecesarias.
En definitiva, El tubo es un simpático y entretenido largometraje de terror con alguna dosis gore que, sin embargo, queda muy por debajo del que es su principal referente: Cube, el clásico de Vicenzo Natali con el que comparte elementos, aunque no alcance nunca la angustia y la muy pesimista visión de la existencia de aquella.
