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Crítica de ‘Un segundo’. Una pequeña gran obra de un cineasta excepcional

Notable mezcla de melodrama y comedia donde Zhang Yimou nos regala su particular carta de amor al séptimo arte.

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Tan lejos de los suntuosos y magistrales melodramas de época de sus comienzos (Ju Dou. Semilla del crisantemo, La linterna roja, La joya de Shangay) como de las vistosas películas de artes marciales que le han dado fama internacional, Un segundo se encuentra en ese grupo de cintas del director chino Zhang Yimou dedicadas a mostrar la vida de la gente común de su país, tanto del pasado como del presente. Una parte de su filmografía donde destacarían títulos como Ni uno menos, El largo camino a casa, Happy Times y, especialmente, Amor bajo el espino blanco, que también abordaba la existencia de los campos de trabajo en la época de la Revolución en el país oriental.

Vértigo Films

Tomando como base la novela de Yan Geling, Yimou, con la ayuda en el guion de Jingzhi Zou, nos ofrece una carta de amor al cine que se basa en el particular enfrentamiento de sus dos protagonistas: un profugo de un campo de trabajo que quiere ver a su hija en un noticiero y una huérfana que quiere un trozo de film para confeccionar una pantalla de una lámpara para que su hermano pueda estudiar. La pugna de ambos por la película y la proyección del largometraje y el documental de propaganda en el cine de un pequeño pueblo son el sencillo material argumental sobre el que se sustenta este trabajo del firmante de Hero.

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Por otra parte, el cineasta aprovecha para mostrar la tiranía del sistema comunista, poco dispuesto a tolerar la disidencia, abierto a las denuncias de los ciudadanos en contra de sus propios vecinos para ganar la gracia de las autoridades y encargado de difundir una propaganda que aleccionaba a las clases populares con películas que exaltaban los valores del régimen. No obstante, Yimou arroja también una mirada nostálgica sobre una pequeña comunidad de la película, capaz de unirse por el bien común y amante del séptimo arte.

No obstante, quizá lo más reseñable sea la particular relación casi paternofilial que se establece entre el padre deseoso de comprobar cómo se encuentra su vástago después de un largo tiempo sin verle y la adolescente que ha perdido a sus progenitores. Son dos personajes condenados a entenderse, aunque su relación no sea fácil en un primer momento. Yimou nos remite por momentos al cine de Chaplin, con su especial mezcla de comedia y elementos melodramáticos, y muy especialmente a El chico, la historia de un vagabundo y un niño abandonado.

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Como es habitual en Yimou, el apartado visual se encuentra especialmente cuidado, Destaca, a este respecto, las imágenes que recrean la reconstrucción de una película en un cine, donde el realizador nos ofrece un bonito juego de sombras chinescas, claro antecedente del propio séptimo arte.

Quizá alguna reiteración y un metraje excesivo desluzcan un tanto esta pequeña gran obra de un cineasta excepcional, aunque no invaliden sus notables resultados.

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