Sensible largometraje sobre la infancia trans donde sobresalen las interpretaciones de Sofía Otero, Patricia López Arnaiz y Ane Gabaraín.
20.000 especies de abejas se podría encuadrar dentro de esas películas coming of age situadas en un entorno rural español. Un género que encontraría sus más obvios exponentes en El espíritu de la colmena o Verano 1993.

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Más allá de sus obvios referentes, la ópera prima de Estibaliz Urresola Solaguren se fija en un asunto esencial: la identidad. En esta ocasión, nos encontramos ante un niño que ha nacido físicamente como tal, pero que se siente como una niña. Una opción que se verá de manera extraña por algunos de los miembros de su familia o los habitantes de la aldea donde pasa las vacaciones escolares. Incluso su madre, que trata de protegerle, no acaba de asumir del todo los deseos de su hijo mientras intenta retomar su actividad como escultora, aparcada en parte por la asunción de la maternidad.

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Urresola, que firma también el guion, asume con sensibilidad y sin diálogos explícitos los problemas de progenitora y su afligido vástago con diálogos naturales y sin forzar las situaciones. No estamos ante una película reivindicativa sobre la infancia trans, aunque indirectamente ayude a la causa mostrando los problemas a las que se tienen que afrontar aquellos que no están de acuerdo con el sexo con el que nacieron. Por otra parte, el bello paisaje en el que tiene lugar la historia aporta si se quiere ese tono natural a la hora de abordar la diversidad, presente a través del mismo título que alude a la multitud de variedades de abeja, algo que alude a las diferentes formas de vivir la existencia que tenemos también los humanos.
Urresola acierta, además, al perfilar a la madre de la protagonista como una mujer abierta y progresista que, sin embargo, tiene también problemas para asumir la identidad femenina del que era su segundo hijo. Por otra parte, la cinta aborda la incomunicación en la familia y la incapacidad para enfrentar los problemas directamente.

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La realizadora se apoya en un reparto muy sólido y eminentemente femenino donde destaca el impresionante trabajo de la niña Sofía Otero, que aborda sin gestualidad forzada su problemático personaje; la casi siempre sobresaliente Patricia López Arnaiz, en el papel de la algo perdida progenitora, y una sorprendente Ane Gabaraín, que aporta una mezcla de sensibilidad y dureza a la tía abuela que comprenderá perfectamente lo que le ocurre a su sobrina nieta. Quizá ciertas reiteraciones y un alargamiento algo excesivo del metraje sean el principal escollo de esta apreciable obra cinematográfica.
A pesar de ello, nos encontramos ante una de las mejores óperas primas del cine español de los últimos años. Esperemos que la carrera de la cineasta esté a la altura de este impresionante comienzo.