Puntuación:
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El director logra equilibrar acción y drama en su mejor película de la última década.
El cineasta vasco Daniel Calparsoro se ha especializado en el thriller dentro del cine español. Después de unos inicios más indies y con cierto sello de autor, el realizador ha decidido optar por la vertiente más comercial del género con títulos como Invasor, Combustión, Cien años de perdón, El aviso, El silencio en la ciudad blanca o Hasta el cielo, entre otros. Gran parte de ellos dejan patente la habilidad técnica y la capacidad para emular las formas del cine estadounidense, pero parecen aquejados de falta de personalidad, una desigual dirección de actores y unos guiones demasiado irregulares.
Todos los hombres de Dios supone a este respecto una grata sorpresa. El guion de Gema Ventura no resalta precisamente por su originalidad, pero contiene casi todo lo que se puede pedir a una película: un buen diseño de personajes y una trama que combina en su justa medida la acción y drama. A ello hay que añadir un reparto, encabezado por el siempre notable Luis Tosar en la piel del taxista protagonista, que parece haber nacido para interpretar a los personajes. Especialmente reseñable es el espléndido trabajo de Nourdin Batan, en la piel del secuestrador, o Fernando Cayo, como el fiel compañero del personaje principal.
Por otra parte, Ventura y Calparsoro han decidido optar por un retrato humano antes que político del terrorismo islámico. Así el terrorista que secuestra a un conductor de mediana edad parece en cierta forma víctima de un engaño en el que se ha metido sin medir las consecuencias. A la vez, su familia está retratada de manera nada simplista, mostrando que ellos también son víctimas que no han elegido el acoso de los compatriotas más fundamentalistas o de la sociedad española. Por otra parte, tampoco se olvida a las víctimas de los atentados, retratados sin más dramatismos de los necesarios.
Calparsoro logra además crear tensión en los momentos de acción, pero sin olvidarse de aquellos más intimistas humanos. El resultado es un thriller sólido que, sin inventar nada, se convierte en la película más redonda que su autor ha rodado en una década.