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Crítica de ‘La trama fenicia’. Cuando la forma supera ampliamente al fondo

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Wes Anderson vuelve a deslumbrar en lo visual, aunque no sea suficiente para ocultar la escasa entidad de aquello que nos cuenta.

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El director Wes Anderson se ha convertido en un género en sí mismo dentro de un cine estadounidense, especialmente el más comercial, cada vez más prefabricado. El autor de Viaje a Daarjeling desborda personalidad en cada fotograma que, por momentos, nos puede recordar a un cuadro pop o una viñeta de Tintín. Su gusto por las simetrías, las estudiadas composiciones, los personajes pintorescos, el humor absurdo heredero de cierto cine cómico mudo y la preciosa dirección artística de todas sus películas son un sello que le diferencia a primera vista del resto de sus compañeros. Sin embargo, la mayoría de sus cintas encuentra su talón de Aquiles en el plano narrativo. En muchas ocasiones parecen sucesiones de gags unidos por levísimo hilo. Vuelve a ocurrirle de nuevo en La trama fenicia.

La historia de un magnate que quiere dejar a su hija monja su cuantiosa herencia mientras el gobierno estadounidense le espía es una simple excusa para ofrecernos una prueba de su más que evidente estilo, que ya señalé en el primer párrafo. La película es un inmenso y precioso papel de regalo que esconde poco más que una nadería. Es cierto que supone un avance respecto a sus dos anteriores trabajos, Asteroid City y Una crónica francesa, pero está lejos de sus cintas más logradas, como Moonrise Kingdom, El gran Hotel Budapest o Los Tenembaums, una familia de genios. Queda así una bonita colección de estampas con algún gag afortunado que volverá a maravillar a sus numerosos fans, pero provocará el rechazo de su nutrido grupo de detractores.

No obstante, además de la magnífica fotografía de Bruno Delbonnel y la no menos bella partitura de Alexandre Desplat, destaca un nutrido reparto de estrellas de Hollywood que se amoldan al habitual registro cómico y hierático del director, que parece un cruce entre Buster Keaton y los personajes de Aki Kaurismäki. Resultan especialmente divertidos Benicio Del Toro, que compone un estrambótico ricachón, y Mia Threapleton, como una muy particular monja.

En definitiva, La trama fenicia es un festín para los ojos, aunque difícilmente quede en el recuerdo del buen cinéfilo que espere algo más que una película estéticamente bonita.

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