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Hora de Aventuras es una serie de culto, una animación que convoca indistintamente a niños y adultos frente al televisor.
¿Qué hacemos cuando lo inocente no lo es tanto? ¿Cuándo lo infravalorado o desechado se transforma en algo a tener en cuenta? ¿Cuándo lo infantil es adulto?
El imperialismo y colonialismo guardan fuertes conexiones con los dibujos animados. Tantos son los hilos que unen a ambos que los autores Dorfman y Mattelart publicaron en los años 70 Para leer al Pato Donald, una obra en clave de sátira política sobre el mantenimiento de la ideología dominante asociada al imperialismo cultural que utilizaron las cándidas ilustraciones representadas en los tebeos como nexo de unión con el público infantil latinoamericano al que había que educar con unos valores inocuos que no pudieran dañar al tío Sam y que se centrasen en el cumplimiento del american way of life y el sueño americano, asumiendo en el proceso un rol dependiente de EEUU, que controlaba los medios de producción y abastecimiento.
Lejos de teorías (o no) conspiratorias, Hora de Aventuras comparte cierto ADN con esas criticadas ahijadas de Disney. La serie de animación cuenta con un ideario mucho más profundo que el propio trazo del lápiz que modela a sus engañosos personajes y sugestivamente post-apocalípticos paisajes. Su intención, no obstante, parece benigna. Pero su propósito es el mismo: propagar una serie de creencias y valores (a priori dirigidos al público más joven, pero también apropiados para la audiencia más madura) utilizando el inocente envoltorio de una producción animada.
Hora de aventuras es ya una serie de culto, que critica entre otros la predictibilidad y eficiencia por encima de la improvisación y el mero hecho de disfrutar con lo que se hace, la manera de anteponer la seguridad a la libertad /felicidad, los malos hábitos, la crueldad animal… y ante todo, posiciona en una y otra acera al bien y al mal en todo momento, siendo por tanto una obra marcadamente maniqueísta que refuerza aun más el vínculo de amistad entre sus dos protagonistas: Jake el perro y Finn el humano, que son los inusuales caballeros de reluciente armadura de papel de plata enmarcados en este falso cuento de hadas.
Los diseños imposibles y narcotizantes que engalanan la serie (tales como un unicornio arcoíris que habla únicamente coreano o una montaña extremadamente sensible que llora literalmente piedras ante la violencia entre guerreros bárbaros) forman parte del manantial creativo de su creador, Pendleton Ward. Hora de Aventuras es por tanto como ese pueril peluche de ojos vidriosos y pupilas dilatadas, pero en su interior descansa una psique adulta. La serie, que arrastra en su incesante corriente a la audiencia es parte inherente del escaparate de Tumblr. Es imposible comprobar la timeline de dicha red social (que es a su vez el paradigma de los aficionados a series, películas…) y no ver una imagen que contenga alguna escena mitificada con un medrado mensaje atrapado en una fisionomía imberbe.
Ni las reuniones entre elefantes de Sri Lanka o la gran migración del Serengueti en Tanzania son espectáculos de la naturaleza comparables a la escena casera de contemplar a hermano mayor y menor congregados ante el televisor decidiendo unánimemente ver Hora de Aventuras. Porque Hora de Aventuras es una serie dirigida al adulto que dormita en el niño y al niño enclaustrado en el interior del adulto, que se aferra a los barrotes de su prisión con ansias de tañido de campana y recreo.
Ahora que sabemos esto, es obligación volver a preguntarnos: ¿Qué hacemos cuando lo inocente no lo es tanto? ¿Cuándo lo infravalorado o desechado se transforma en algo a tener en cuenta? ¿Cuándo lo infantil es adulto? La respuesta parece clara: simplemente ver Hora de Aventuras.
Episodio piloto en Inglés de Hora de aventuras:
