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Crítica de Mozart in the Jungle
El problema de la serie no es que quiera es que no sabe hacerlo. No tiene ritmo, no tiene gracia, está filmada con indolencia…
La serie busca infructuosamente modernizar el mundo de la música clásica pero lo hace a través del uso y abuso de los lugares comunes más recurrentes.
Roman Coppola y Jason Schwartzman, dos de los creadores de Mozart in the Jungle, poseen un universo propio, una forma de entender el arte, el cine, que se sitúa entre lo indie y lo posmoderno, lo atrevido y lo bizarro, lo abigarrado y lo alucinado. Junto a Wes Anderson han creado una perspectiva única, una forma especial e intransferible de poner en imágenes su forma de ver el mundo. Pleno siglo XXI.
Esta rabiosa modernidad, ese deseo de dar nuevos prismas a los viejos temas (quintaesencia de la posmodernidad), le han permitido crearse un hueco propio, diferente a todo lo demás. Esa unicidad los hace admirables aunque sus productos, en muchas ocasiones, se rebasen, se extralimiten, se despeñen. Creerse los más listos está muy bien (y lo son en muchos aspectos) pero, a veces, hace despreocuparse en exceso. Y se falla.
Es el caso de Mozart in the Jungle, dónde los creadores pretender pintar con nuevos colores el mundo de la música clásica. Quieren decirnos que esa visión del esmoquin, la seriedad, la etiqueta ya no existe. La música clásica también es ahora gente joven que se droga, se toma chupitos y juega entre sábanas. Rodrigo, el nuevo director de orquestra, representa a la propia serie. Es inteligente, atrevido, posee nuevas ideas, quiere comerse el mundo. Pero también es arrogante, un niño tonto, un consentido, un listillo. Gael García Bernal está desenfocadísimo en su interpretación, por cierto.
El problema de la serie no es que quiera es que no sabe hacerlo. No tiene ritmo, no tiene gracia, está filmada con indolencia y, lo peor, en la casa de las ideas innovadoras, no deja de ser una repetición sistemática de clichés, lugares comunes y tópicos, uno detrás de otro. Mozart in the Jungle es una serie absolutamente fallida, sin alma, puro cartón piedra sin corazón. Un atrevimiento indie sin fuste, hueco, vacío. Pura decoración.
El público al que quiere dirigirse, aquellos espectadores que buscan nuevas ideas, reelaboraciones, arte deconstruido, no aguantarán más de quince minutos del piloto para darse cuenta que esto no es lo que buscan.
La serie te aconseja, a base de lugares comunes, dejar la sala de concierto a poco de haber entrado. En el mundo de la posmodernidad, lo cutre, lo habitual, lo ridículo, lo acomodaticio, está excluído.
