Matías Bize convenció hace unos años con La vida de los peces, película que consiguió en el 2010 el premio a Mejor Película hispanoamericana.
Ahora con La memoria del agua, el director vuelve a invitarnos a una cinta con poso, dramática y mucho más allá de las ya vistas apariencias emocionales.
Una joven pareja pierde a su hijo y pese que el amor reside en ambos, son incapaces de sustentar ese cariño que se procesan, la pérdida puede más, y ahora cada uno seguirá su camino, pero nunca se olvidarán. Ella intentará reconstruir su vida, él quiere buscar un sentido a la misma y no lo encuentra, y así en el trascurso de los días, se buscan pero se esquivan hasta que el dolor sale y todo resurge, o no.
La Memoria del agua, es una historia íntima y profunda, donde hay muchas preguntas sin respuesta, o viceversa. Ahonda en esos enigmas que se agolpan en los personajes que no tienen justificación ni razón, pues aquí todo contiene sedimentación en lo emocional pero nunca en lo racional, por lo tanto las explicaciones no valen, solo los impulsos de los actos, para bien o mal.
Matias Bize es un experto contador de relaciones personales de pareja, del amor y del desamor, de las pérdidas implícitas en ese ámbito, la influencia del pasado y del presente. El director se encarga de enmarcar todo con gran tacto y servidumbre hacia lo sentimental, entregando realidad a una ficción, porque aunque todas las situaciones son creíbles, el punto de irracionalidad está patente en muchas secuencias.
Los protagonistas se van desgranando en pantalla lentamente, elevando su actuación con gran potencial a medida ya que su contención se agrava y finalmente explota en una interpretación magistral. Como es el último tramo por parte de Elena Anaya, que con solo dos secuencias en la parte final, explica todo su interior a cámara con un discurso arrollador y sensible.
Ahí es como pareciendo que está deleitándonos con una representación teatral, como si la tuvieras fuera de la pantalla de la cámara, casi en un escenario que da más dinamismo, sin moverse, y veracidad a todo lo que está recitando, alcanza el mayor nivel interpretativo y emocional que contiene en la película.
La memoria de agua tiene un gran potencial en la parte dramática, de hecho en ese ámbito no hay resquicio para un leve rayo de luz para los protagonistas, hay diálogos que sentencian la profundidad del dolor, las miradas que no alcanzan el consuelo y el fondo que se envuelve en la forma en que se profundiza en el tema, con minuciosidad y escrupulosidad desde el corazón y al corazón.
Narrativa que te envuelve en una poética recreación escénica al mismo tiempo que te da ese aporte de sencillez que cala mucho más allá de ser una gran producción. Se concentra meramente en lo que otorgan los sentimientos, las palabras y los hechos de una pérdida que no se olvida ni siquiera con el dolor. Se quiere plasmar el hecho y la necesidad de recordar lo peor, para no olvidar lo mejor. Esto se potencia con la fusión de la imagen y el sonido, que se complementan cada segundo del metraje, pues ninguna de las parte sobresale por encima de la otra, si no que van de la mano acompañando a los actores.
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