El pasado viernes 14 de diciembre se estrenaba “El molino y la cruz” del director polaco Lech Majewski. Tuve la oportunidad de disfrutar de esta película el pasado 27 de octubre en el Museo del Prado gracias al programa El séptimo vicio. Como siempre fue un placer disfrutar de la proyección, ya que nunca sus propuestas defraudan y sobre todo en el lugar que estuvo emplazada, ya que le iba como anillo al dedo.
Descripción del cuadro, «El camino al calvario» de Pieter Brueghel, habiendo elegido doce de los personajes de la pintura y sacados al exterior para ver el peregrinaje de sus vidas hacia el cuadro y como se funden en el mismo. Muestra como fueron los tercios de Flandes contra la población flamenca.
Una forma distinta y particular de disfrutar de una película, narrando con imágenes como los personajes del propio cuadro entran y salen del mismo y su recorrido por sus vidas mostrando sus pasos, su sufrimiento y su sencillez en el día a día. Dando una nueva visión al cine, el cine dentro de un cuadro o viceversa, todo vale para contar una historia si está bien hecha, y aquí el caso es así, sencillez sin adornos para inmiscuirnos en las vidas de los que estamos viendo en el óleo.
Un colorido exquisito que recrea a la perfección las tonalidades del cuadro real y que nos describen pasando de la sutileza a planos escalofriantes reflejando el poder de la religión y mucho simbolismo representando a la Inquisición española.
Todos estaremos de acuerdo que esta cinta no está hecha para llenar salas de cine, aunque si os digo la verdad ojalá lo hiciera, está dirigida a un público muy específico que le guste el arte pictórico y también el cine por supuesto, pero no estaría de más que el resto lo disfrutara porque al fin y al cabo no deja de ser una obra de arte pasada al celuloide y eso siempre enriquece. Sobre todo porque está contada con mucha imaginación y con una conjunción entre ambos artes que se han fusionado de manera espectacular, sin que ninguno destaque más que otro jugando ambos en el mismo terreno, todo ello gracias por supuesto a la mano del director Lech Majewski.
Qué decir de Lech Majewski no solo es un gran cineasta sino que también es filósofo, y poeta, y eso se nota mucho en su cine en su forma interpretativa del guión en sí, como saca a fondo lo peor y lo mejor de cada hecho; y como su literatura se recrea en la poesía dando un evocación muy sentimental a los hechos. Aquí se ha encargado de la dirección, guión, fotografía y música de la película.
Esta película es su obra más ambiciosa de su carrera pero no la primera que tiene la pintura como filón argumental puesto que escribió el guión del biopic «Basquiat» (Julian Schnabel, 1996) o compuso con la pintura de El Bosco el guión de «The Garden of Earthly Delights» (2004).
Cuatro años de trabajo han llevado crear esta película, más de quinientos trajes hechos a mano, porque el director quería que se hiciera todo como se hacía en aquella época, incluso reproducir los colores le difícil, porque ahora son todos sintéticos, no colores de extractos naturales; por lo que tuvo que producir sus propios tintes para lograr el color exacto, y lo hizo con hortalizas y frutas.
Majewski pensaba al principio que Brueghel era renacentista y un mago que dominaba la perspectiva porque el ojo del espectador se pierde en su cuadro, y tanto es así que descubrió con informáticos que la obra del pintor tenía 7 perspectivas distintas. Aunque él creía que la mejor forma de captar todo era con una lente de una cámara, ya que es un objetivo perfecto, lo plasmaba como si fuera algo para televisión, y no lograba crear el efecto del cuadro por lo tanto tuvo que utilizar la digitalización para ello.