Siempre es curioso ver lo que es capaz de hacer un actor cuando se sienta tras las cámaras. Sean Penn no defrauda. En su faceta de director, podemos percibir por igual ese carácter intenso, empático y a la vez emotivo al que nos tiene acostumbrados en sus interpretaciones.
Pero esta vez, algo le ha pasado, o mejor dicho, algo le pasó. Pasó cuando hace unos diez años la novela inspirada en la vida de Chris McCandless cayó en sus manos. Y no paró hasta conseguir el visto bueno y los derechos por parte de la familia del fallecido joven. El resultado es asombroso. Podemos percibir en cada fotograma a un Sean Penn enteramente conmovido e identificado con el personaje protagonista, interpretado a la perfección por el novel Emile Hirsch.
La cinta está estructura a modo de capítulos, reflejando así el proceso evolutivo del protagonista. Llena de espacios, y nunca mejor dicho, pretende ser en si misma un espacio para la reflexión personal de cada uno. Para ello, Sean Penn y su equipo desarrollan la historia en un tono bastante pausado, haciendo uso de una fotografía que a momentos raya lo hipnótico. La banda sonora no es menos. Sus marcadas influencias de Folk intimista y de autor, logran llevar al espectador directamente al corazón del protagonista y son el complemento perfecto para la comprensión de su complejo y a la vez resplandeciente mundo interior.
Nos encontramos ante una producción atípica. Condenada a un éxito sin precedentes tan solo entre aquellos que puedan sentir al menos un atisbo de lo que siente ese joven idealista apodado Alexander Supertramp (nombre que adopta el protagonista en su nueva vida de libertad). Al resto, la película no puede resultar más que indiferente, e incluso diría pretenciosa.
El mensaje contenido en la cinta es muy claro. Clarísimo. Sean Penn consigue transmitirlo con efectividad. Una nueva demostración de lo que es buen cine, y con contenido. Una conmovedora historia de búsqueda personal que ahonda en el ideal humano de retorno a los orígenes: la libertad.
Sergi Ameller.