Por fin el buen cine, de la mano de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, ganadores de la Palma de Oro en dos ocasiones (en 1999 por ‘Rosetta’ y por ‘El hijo’ en 2002) ha llegado al 64 Festival de Cannes. La culpa la tiene ‘El niño de la bicicleta’, una nueva mirada de estos directores a los jóvenes desarraigados de familias desestructuradas, lo que por otra parte parece ser el ‘leiv motiv’ de esta primera mitad del Festival. Con el joven Thomas Doret y una estupenda Cécile de France como protagonistas, la película reincide en el universo habitual de estos creadores belgas.
Los hermanos Dardenne dominan como nadie la narración cinematográfica, con silencios, susurros y chillidos desesperados. Poseen un gran clasicismo para contar una historia en la que todas las piezas van encajando como un reloj suizo. Y a la vez es un grito de denuncia sobre los jóvenes marginales de las grandes ciudades, de Bélgica pero también de cualquier otro lugar del mundo occidental, dominados por la soledad y la falta de afectos.
En estos tiempos de nuevas tecnologías y cine en 3D, la segunda película en competición del domingo fue un filme mudo y en blanco y negro, que se desarrolla en la época de los grandes estudios de Hollywood, ‘El artista’, del francés Michel Hazanavicius, uno de esos cineastas galos especializados en asimilar en provecho propio todo lo que produce la meca del cine. La película es un divertimento simpático, muy aplaudido, pero que no va más allá de la mera curiosidad.
También este domingo Frédéric Mitterrand, ministro de Cultura de Francia, entregó a la actriz Faye Dunaway (a la que el festival homenajea ya que su imagen es el cartel de Cannes 2011), la insignia de Oficial de la Orden de las Artes y las Letras de Francia.
Cine de autor de calidad, con sello propio.
Toda una invitación a las salas de cine.