J.C.Chandor es el director de Cuando todo está perdido, una epopeya en el mar protagonizada por el veterano Robert Redford.
A pesar de ser casi un recién llegado, el norteamericano J.C. Chandor ha conseguido con dos filmes (también escritos por él) que a sus órdenes trabajen una nómina de actores, aunque quizás un poco desmejorados últimamente, de la talla de Kevin Spacey, Stanley Tucci, Jeremy Irons o, en Cuando todo está perdido, el padrino de las causas independientes Robert Redford.
A primera vista su anterior largo, Margin Call, retrato intenso pero quizás poco jugoso de las horas previas a la crisis económica actual, poco tiene que ver con Cuando todo está perdido la simple (tanto argumental como formalmente) historia de un hombre cuyo velero choca contra un container a la deriva, se va a pique y debe sobrevivir incomunicado en alta mar.
Pero Cuando todo está perdido lucha con fuerza para superar su premisa original, la del mero filme de supervivencia marítima, para orquestar una película interesante que, a pesar de no estar a la altura de lo que algunos piensan de ella, posee varios logros que vale la pena destacar
Y el primero de ellos es la apuesta decidida y valiente por un único personaje-motor de la historia (cuya trayectoria vital se elide, cuyas relaciones personales no juegan-a priori-un papel destacado en la historia, mudo durante casi todo el metraje) interpretado por un Redford al que ya no es necesario que califiquemos de enorme actor, porque la cosa se sobreentiende.
Contenido pero con la tragedia siempre hirviendo bajo su frente arrugada, atreviéndose a rodar escenas quizás más apropiadas para alguien un poco más joven, el norteamericano lo da todo para llevar a la vida a su personaje sin nombre, oscilando entre la seguridad del que conoce el mar y el terror del que intuye que su final está cerca. Así, a lo largo de Cuando todo está perdido seguiremos paso por paso, inmersos en una temporalidad de cadencia lenta que se acelera o se relaja en base a los ciclos del mar, las vicisitudes de un veterano marinero mientras lucha por salvar primero su barco y finalmente su vida, conforme va siendo despojado de sus protecciones, comunicaciones con el mundo exterior y medios de supervivencia, quedando finalmente desnudo frente a un mar que se mueve entre la ferocidad y la canción de cuna.
Porque sí, Redford es el único protagonista humano de Cuando todo está perdido, pero el medio acuático acaba imponiéndose como antagonista natural en un duelo a muerte en el que la sobria pero excelente banda sonora de Alex Ebert, cabeza pensante del interesante colectivo musical Edward Sharpe and the Magnetic Zeros, puntúa cada una de sus emociones y va dando un ritmo sutil pero poético a sus envites contra las sucesivas embarcaciones de Redford.
En este sentido, luchan en Cuando todo está perdido, en relación al mar, dos maneras de entenderlo, quizás, dos maneras de explicar sus evoluciones: una vertiente más realista, instalada en la superficie, en la que una fotografía destacable, el uso de efectos digitales convincentes y un diseño de sonido espectacular convierten la epopeya de Redford para sobrevivir en una especie de hiper-documental de supervivencia; y otra, más ligada a la emoción, que se va instalando en la película conforme Redford va quedándose sólo, en la que el mar es también poesía, emisor de música, líquido primigenio: los planos submarinos, medio azul en el que brilla, allá arriba, la balsa del náufrago, dan cuenta de un mundo más abstracto que el del mero accidente marítimo.
En Buried, ejemplar película de supervivencia con ramificaciones hitchcockianas, el universo de un hombre encerrado en un ataúd se elevaba al cubo saliendo de las paredes de madera para introducir a su mujer, su hija, sus supuestos captores… siempre en un plano auditivo, que permitía avanzar una trama que quizás habría pecado de demasiada temporalidad.
Cuando todo está perdido evita estos juegos y se arriesga al aislar totalmente a su personaje, al despojarlo de todo background que no sea un bello pero abstracto discurso inicial; si la película de Rodrigo Cortés es lo particular, la de Chandor es lo fundamental, lo inherente a todos los seres humanos, es la milenaria historia, contada con riesgo y cariño, del hombre enfrentado al abismo. Aunque con un matiz; algo muy valiente que hacía Buried, revelándose como una sorprendente tragedia, era dejar a su protagonista sin un final feliz, cosa que Cuando todo está perdido sugiere pero finalmente evita: el abismo es bordeado, nos devuelve la mirada, pero al final conseguimos escapar de él.
Quién sabe si la historia hubiera ganado enteros si el destino final de Redford hubiese sido algo menos idealizado, algo más irónico: pues el peligro del mundo contemporáneo no es la mar embravecida, sino las ramificaciones potencialmente mortíferas del capitalismo, el destino de un container lleno de zapatillas de deporte.