Crítica de The Assassin
Hsiao-hsien nos invita a fascinarnos con su visión poética y épica de la China medieval.
Hou Hsiao-hsien ganó un premio a la mejor dirección en el pasado Festival de Cannes.
Gracias a esta obra de arte tan clásica como experimental y marciana. Calificar The Assassin de película es osado porque la sensación que uno tiene al verla no es la que estamos acostumbrados a vivir dentro de una sala de cine, y es que The Assassin, por encima de otra cosa, es una experiencia.
Director: Hou Hsiao-hsien
Reparto: Shu Qi, Chang Chen, Satoshi Tsumabuki, Ethan Ruan, Nikki Hsieh, Ni Dahong, Zhang Shijun, Michael Chang, Jiang Wen, Zuo Xiaoqing, Xu Fan, Tadanobu Asano, Zhou Yunin
Sinopsis: China, estamos en el siglo IX. Nie Yinniang vuelve a casa de su familia tras varios años de exilio. Educada por una monja en las artes marciales, es una justiciera cuyo objetivo es matar a los tiranos. Su maestro le encomienda la misión de asesinar a su primo Tian Ji’an, un gobernador disidente de la provincia de Weibo. Nie se verá en la obligación de elegir: sacrificar al ser que ama o romper de manera definitiva con la «Secta de los Asesinos”.
Rodada en formato 4:3 (excepto un solo plano en toda la película), con fotografía digital y una exuberancia visual incomparable; Hsiao-hsien nos invita a fascinarnos con su visión poética y épica de la China medieval. Es puro cine pictórico en el que el poder de las imágenes resulta tan abrumador que el resto (diálogos, argumento, sonido) no es más que simple ruido.
Si uno entra en el juego, a la que el color inunda la pantalla tras el prólogo en blanco y negro, se olvidará de intentar seguir la historia y empezará a deleitarse por versos en forma de cuadros en movimiento.
Durante las vanguardias del siglo XX, tanto europeas como asiáticas, muchos autores defendían el cine como una evolución de la pintura y de la fotografía. Es decir, como un arte en el que el placer de la contemplación estaba por encima de las historias. Ahora, en pleno siglo XXI y en apogeo de las películas seriadas y las secuelas compulsivas, Hou Hsiao-hsien nos recuerda que esta idea romántica de antaño todavía es posible.